Iñaki ALTUNA | Director de NAIZ
¿Se puede reconocer el daño causado sin ser un renegado o un cínico?
¿Por qué la izquierda abertzale debe avanzar en el reconocimiento del daño causado cuando los estados esconden el enorme sufrimiento provocado? ¿Se puede reconocer sin ser un renegado o un cínico? Son preguntas que ese movimiento afronta en el proceso de soluciones.
Pese a que el reconocimien- to del daño causado aparece como un ingrediente necesario para encauzar un camino de resolución, según los cánones internacionales en la materia, por estos lares los principales partidos y medios de comunicación lo utilizan como arma arrojadiza contra la izquierda abertzale.
No importan -o se califican de insuficientes- los pasos dados y la voluntad mostrada, y se insiste en achacar al MLNV un intento de blanquear su pasado, de realizar una suerte de borrón y cuenta nueva, aunque no deja de ser sarcástico que tal mensaje se lance desde estructuras políticas y medios de comunicación que se acostaron franquistas y se despertaron demócratas de toda la vida.
Es consecuencia directa del estancamiento que algunos quienes imponer y de la falta de compromiso de otros. Realmente, con esa máxima exigencia hacia los independentistas de izquierda para que abjuren de sí mismos, realizada desde la convicción de que no se puede cumplir, lo que se pretende no es otra cosa que justificar la parálisis e inmovilismo de los eternamente insatisfechos. Y blanquear, esta vez sí, la responsabilidad adquirida en la operación política llamada «transición democrática» que dejó engangrenada la cuestión vasca para décadas.
Querer someter a la máxima humillación pública a la izquierda abertzale, algo que contraviene todas las recomendaciones de los expertos en solución de conflictos, no es sino la prueba fehaciente de que demasiados agentes encaran este nuevo tiempo de forma cerril y torticera. Ya lo resaltó Jonathan Powell la primera vez que habló públicamente sobre la cuestión vasca, en la presentación de la Conferencia de Aiete, cuando apeló expresamente a evitar la dialéctica de «vencedores y vencidos».
Pero la realidad es la que es. Y a quienes corresponde hacer todo lo posible por cambiarla es a aquellos que han apostado por este proceso. Ello lleva a abordar la cuestión de por qué la izquierda abertzale debe dar pasos cuando la otra parte se niega a darlos y se jacta de su inflexibilidad. No cabe olvidar que, para su base social, la violencia originaria es precisamente la del Estado, que la utiliza de forma estructural, al negar el derecho a existir de la nación vasca, y sistemática, al aplicar toda una batería de mecanismos represivos para aplastar al disidente*.
La respuesta se encuentra en el cambio de estrategia que ha operado el denominado MLNV en los últimos años sobre el principio de la unilateralidad, que no es otra cosa que puro desequilibrio respecto a la actitud de quienes defienden el statu quo. Un desequilibrio brutal entre quienes quieren y quienes no quieren, entre quienes empujan y quienes obstaculizan... hasta que los primeros acumulen la suficiente fuerza para variar la posición de los segundos (y lograr una cierta consonancia entre las partes en los compromisos de solución) o hasta que se estructure un proceso como pueblo capaz de desbordar al propio Estado (y provocar el desequilibrio absoluto).
Hoy por hoy, si la izquierda abertzale se empeñase en buscar simetría con los gobiernos en esta o en otra materia, solo la encontraría en el bloqueo. No existe voluntad de reciprocidad por parte del poder. La bilateralidad así no sería más que estancamiento, pues supondría que la izquierda abertzale bajara su nivel de compromiso al de los gobiernos.
Por eso, cualquier emplazamiento público -otra cosa son posibles propuestas en eventuales contactos entre las partes, directos o indirectos- del tipo «si el Estado realiza tal cosa nosotros haremos esto otro» resulta pueril, pues recrearía un supuesto proceso bilateral hoy vedado por los estados. Si para que un agente, colectivo u organización de la izquierda abertzale actúe hace falta que el que no quiere hacerlo dé un paso, el resultado es obvio: no habrá resultado. La exigencia al Estado para que se mueva no debiera frenar la disposición propia a seguir aportando y alimentando el proceso. O dicho de otra manera, solo desde el compromiso de uno mismo se podrá acentuar dicha exigencia hacia quien está cómodo en el pasado.
Llevado este compromiso al terreno concreto de la asunción del sufrimiento generado, cabe preguntarse también si la izquierda abertzale y, concretamente, ETA pueden realizar ese ejercicio de reconocimiento sin dejar heridas incurables, ni fuera ni dentro. Sin parecer ni cínicos ni conversos, sino realizando una aportación positiva para una paz justa y duradera.
Y, seguramente, aunque desde determinadas instancias se le exija más que a nadie, el independentismo vasco tiene mucho menor recorrido que hacer que el Estado, que ha llegado al máximo de la desvergüenza al negarlo todo. Niega conculcar derechos humanos a presos y detenidos, la práctica de la tortura, la persecución política o su implicación en la guerra sucia, aunque la X del organigrama señalase a lo más alto. A lo sumo, reconoce excesos de algunos funcionarios públicos. Así, si utilizásemos el lenguaje al uso entre reticentes y obstruccionistas, habría que concluir que las iniciativas por resarcir a las víctimas de las fuerzas policiales, como la llevada a cabo en el Parlamento de Gasteiz, resultan claramente insuficientes.
La izquierda abertzale no ha negado jamás el sufrimiento ni los hechos que lo han provocado, y la propia ETA tiene dónde agarrarse para encarar un ejercicio de futuro en este terreno, en el marco de lo que denominan proceso democrático. En la conocida frase en la que terminó calificándola de «imprescindible para avanzar», José Miguel Beñaran Ordeñana, Argala, comenzó reconociendo lo perjudicial de la lucha armada: «La lucha armada no nos gusta a nadie, la lucha armada es desagradable, es dura, a consecuencia de ella se va a la cárcel, al exilio, se es torturado, a consecuencia de ella se puede morir, se ve uno obligado a matar, endurece a la persona, le hace daño».
No es la única vez que esta «carga» aparece en las manifestaciones de ETA. A finales de 1991, tras algunas acciones armadas mediante la utilización de la bomba-lapa que tuvieron consecuencias especialmente duras, como la muerte del niño de dos años Fabio Moreno, «Egin» entrevistó a su dirección. Después de que el representante de la organización armada denunciara descarnadamente la violencia del Estado, el periodista le realizó la siguiente pregunta: «¿Pero ustedes dicen que no son como ellos?». En los secretos de redacción del periódico clausurado se contaba que el portavoz de ETA, al parecer preparado para la cuestión -ya formulada en algunos artículos de opinión aparecidos en el mismo medio-, sacó una nota en la que se recogía, según informó él mismo, la «aportación» de un militante, que utilizó para su respuesta: «Porque no somos como ellos, nosotros llevaremos durante toda nuestra vida la carga de la dura realidad de la lucha armada [...] Ellos no querrán sentir nunca ninguna responsabilidad por muerte alguna [...] Nosotros, en cambio, sí [...] Esa es una losa que llevaremos hasta la tumba».
También en esta fase histórica no ser como ellos, como los que hoy aparecen nítidamente como enemigos de la paz, puede resultar un buen argumento ante el pueblo vasco y la comunidad internacional para seguir abriendo caminos a la solución definitiva.
(*) «Violencia estructural» y «violencia sistemática», conceptos y explicación de los mismos extraídos de la declaración hecha pública por el Colectivo de Refugiados el 3 de noviembre de 2012 en Azkaine.