NARRATIVA
Un cronista checo
Iñaki URDANIBIA
Franz Kafka, Jaroslav Hasek, Jan Neruda, Rainer Maria Rilke, Leo Perutz, Jaroslav Seifert, Milan Kundera, Ivan Klíma... muchos son los brillantes escritores que han cantado a la capital checa, Praga. Bohumil Hrabal, desaparecido en 1997, fue uno más a sumar a la lista con que inició esta presentación a la última novela que se publica por aquí. En la obras de ese «pequeño hombre», nacido en Brno (Moravia) en 1914 y fallecido en Praga, que es donde había vivido prácticamente toda su vida adulta, se ubican muchas de sus historias; en tal capital se había licenciado en Derecho, profesión que nunca ejerció y que le obligó a dedicarse a infinidad de variopintas ocupaciones para poder subsistir: oficial de notaría, viajante de comercio, obrero siderúrgico, jornalero, tramoyista, actor, triturador de papel viejo, empleado de ferrocarriles, oficinista...
Hasta que al filo de los 50 años publicó su primera obra literaria y desde entonces no paró; a no ser en los tiempos en que la conocida como «Primavera de Praga» fuese abortada por los tanques soviéticos, y los nuevos mandamases prohibieran sus obras, en aquella época de «escritores rigurosamente vigilados» (como los trenes de los que hablase en, quizá, su más celebrada novela que luego fue llevada a la gran pantalla por Jirzí Menzel, recibiendo un Óscar en 1967).
Siempre hay en las novelas de este autor unos ingredientes constantes, que dan cuenta del modo de escribir de este grande de las letras checas. El humor, la asfixia debida a los distintos gobiernos autoritarios y... como para suavizar la situación, litros de rubia cerveza (pilsen), ingerida en diferentes garitos en los que la música de fondo propiciaba el olvido y la danza. En su narrativa se pueden observar algunas huellas de los tres primeros escritores nombrados. El valeroso soldado Schwejk -personaje de la obra fundamental de Hasek- da la medida de lo afirmado con sus triquiñuelas de cara a esquivar las imposiciones burocráticas y militares, su anarquismo espontáneo y vital, y su afán de charlar hasta por los codos; aspectos que guardan un inequívoco aire de familia con los personajes perdedores, marginales, parlanchines que pueblan las páginas de Hrabal, a este se le llegó a conocer en su país como el «Hasek del socialismo».
También los «pequeños hombres» de Jan Neruda -de quien tomase el apellido prestado don Pablo- parecen haber marcado a los personajes hrabalianos, los pobres de Praga sí tenían quien les escribiese, y baste ver para convencerse los cuentos de la Malá Strana. Kafka y sus endebles y arrinconados personajes tampoco resultan distantes de los de nuestro hombre, salvando las distancias, ya que los personajes de Hrabal no paran de rajar y tienden a la diversión, al menos como consuelo.
En la presente ocasión no falta ninguno de los ingredientes señalados. El narrador nos relata sin pausa las vicisitudes de una pequeña ciudad que vive y bebe («como cosacos... litros y litros») alrededor de una fábrica de cerveza. El padre del muchacho es el dueño y su tío Pepín -presente en varias de las novelas del escritor- trabaja en ella. Los habitantes del lugar van a padecer la presencia, en primer lugar, de los nazis y más tarde la de los tanques soviéticos, con los cambios en el modo de vida que estos cambios de régimen van a suponer.
De todas las maneras, el tío Pepín va a su bola (o a su botella) y no cesa en su frecuentación de una barra americana en la que se dedica a aleccionar a las jóvenes sobre la importancia de la higiene sexual... desentendiéndose de otros asuntos, ya que según él «¡quien poco sabe, presto reza! ¡Más vale que uno no sepa demasiado si no quiere acabar mal!».
Y... Bohumil Hrabal de tasca en tasca, iba acumulando cervezas e historias que esta provoca en la gente y más tarde nos las contaba con su tono burlón y dicharachero.