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El engaño de la clase media en la Gran Bretaña post-Thatcher

Owen Jones es el autor de «Chavs, la demonización de la clase obrera» (Ediciones Capitán Swing), un estudio cómo la clase trabajadora ha pasado de ser «la sal de la tierra» a la «escoria de la tierra». La palabra «chav» es un término peyorativo referido a la subcultura de la clase trabajadora inglesa. Según este prejuicio, se les identificaría por vestir chándal, gorras y bisutería deportiva. No estudian, carecen de oficio o trabajo y viven de las prestaciones sociales.

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Juanma COSTOYA | GASTEIZ

Frente al escarnio, el miedo y el odio con que algunos medios de comunicación y políticos utilizan este apelativo, el autor trata de contextualizar la aparición de este fenómeno, que no es únicamente juvenil, y su evolución en la sociedad británica más allá de algaradas callejeras y de la página de sucesos. Una cosa parece clara: los chavs son los perdedores, los desposeídos, salieron de todos aquellos que perdieron sus puestos de trabajo a causa de la brutal ofensiva neoliberal de los ochenta encabezada por Margaret Thatcher.

En los últimos años, conceptos que en su día fueron válidos para analizar la marcha de la sociedad, han caído oficialmente en desuso o bien son claramente rechazados. Entre ellos ocupa un lugar destacado la «lucha de clases». Tanto gobiernos como medios de comunicación afines al poder han argumentado que las condiciones que definían a la clase obrera han sido superadas por el devenir histórico, que los miembros individuales de este antaño bien definido grupo social han ido incorporándose a una difusa e imprecisa «clase media». La clase media vendría a ser una tabla de salvación individual, un cajón de sastre en el que tendrían cabida rentas y formas de vida extremadamente desiguales, unidas todas por el anhelo de escapar del estigma que supone pertenecer a la clase obrera.

En el fondo este planteamiento interesado persigue desactivar el avance social y la demanda de mejoras en los puestos de trabajo. Pero lo que por encima de todo busca, y está consiguiendo, es que los privilegiados sigan acumulando riqueza y privilegios en silencio, sin que les cueste ningún escándalo y sin que tengan que enfrentarse a una oposición efectiva. Por supuesto, la suerte de los abocados al paro se explica no como un destino influido por decisiones concretas, sino como el desgraciado fruto de decisiones macroeconómicas lejanas y también como la consecuencia de decisiones individuales: escasa formación, ausencia de reciclaje laboral y académico, falta de ambición.

Quebrar la industria

Jones subraya en «Chavs» que a esta situación se ha llegado después de un proceso largo y conflictivo en el que la industria manufacturera británica ha sido prácticamente desmantelada y los sindicatos quebrados. El legado de Margaret Thatcher es el responsable de esta situación. Cuando la primera ministra llegó al poder en 1979, más de siete millones de personas se ganaban la vida en la industria. Treinta años después se calculan en apenas tres millones (2,83) los trabajadores que sobrevivieron al proceso de deslocalización y cierre industrial. Los negocios financieros y especulativos de la City tomaron el relevo a la industria. Los trabajos bien pagados y cualificados, seña de identidad de la clase trabajadora, fueron erradicados. El cierre de las minas a partir de 1984 fue el ejemplo perfecto. La glorificación de la iniciativa privada y del dinero se resumía en una frase pronunciada por la Canciller de Hierro: «Cada hombre, un capitalista».

El paro masivo de los ochenta dio paso a ofertas de empleo precarias y mal retribuidas y cuyo ámbito de actuación es el de los supermercados, las operadoras telefónicas, hosteleros, administrativos, reponedores etc. El paro tuvo también otras consecuencias dramáticas en forma de desestructuración familiar, auge del alcoholismo, drogadicción y delincuencia.

En tiempo récord millones de personas quedaron desnortadas, a merced de un mercado tan feroz como cambiante. El sueño tory de debilitar el poder colectivo de la clase trabajadora como grupo social se había cumplido. Por supuesto, en esta victoria del privilegio frente al resto de la sociedad, funcionó tanto el palo como la zanahoria. Entre las recompensas con las que sedujo a parte de los votantes de origen trabajador estaban el acceso a la propiedad de la vivienda, la promesa de subir de clase y un acceso inmoderado al consumismo.

La casta política

A esto se une que la Cámara de los Comunes no es en absoluto representativa del conjunto de la nación. La casta política tiene un mismo origen, buena parte de ellos han recibido una educación selecta en colegios y universidades de elite y sus preocupaciones están muy lejos de las de la gente corriente. La antigua tradición laborista de contar con diputados que forjaron su destino dentro de la clase trabajadora es ya historia pasada.

Owen Jones subraya que las políticas de David Cameron, el actual primer ministro conservador del Reino Unido, son herederas directas del legado de Thatcher. Para Cameron los millones de personas que quedaron descolgadas del mercado de trabajo durante los brutales cierres de empresas de la década de los ochenta son los responsables directos de su actual penuria. Es el cierre perfecto del círculo. La culpa de su situación económica (y de los consiguientes problemas de salud, familiares etc.) se transfiere a los individuos que las padecen y ninguna responsabilidad es reconocida para los que con su política ultraliberal pusieron a millones de personas en la calle.

El autor ofrece un dato aplastante: en Gran Bretaña había cinco millones de personas en situación de pobreza en 1979; hacia 1992, esa condición alcanzaba los catorce millones. Y lo que es peor, subraya Jones, muchos de esos catorce millones tienen trabajo, pero es tan precario y mal pagado que no les alcanza para salir del círculo de la pobreza. Claro que esta política de tergiversación de los hechos se apoya en los medios de comunicación conservadores que ejercen de altavoz al ejecutivo de Cameron y, no solo en las páginas de economía o política, sino y, con especial saña, en las de sociedad. Jones recoge en su obra uno de los titulares del conservador diario «The Times»: «David Cameron dice a los gordos y pobres: asumid vuestra responsabilidad». No deja de ser paradójico que un primer ministro de orígenes ultraprivilegiados y que todo lo debe a los contactos, el poder y la riqueza familiares, ensalce una meritocracia mal entendida y se permita hablar en estos términos.

De hecho la meritocracia, tan alabada por el Nuevo Laborismo de Tony Blair (una de las decepciones más grandes de la clase trabajadora) no pasa de ser un mito en Gran Bretaña. Jones recoge las conclusiones de un estudio de la «Organización de Cooperación Y Desarrollo Económicos» de 2010 que revelan que en Gran Bretaña, los ingresos de un padre son más importantes a la hora de determinar cuánto ganará su hijo que en cualquier otro país desarrollado. Las conclusiones del autor son claras: si eres un chico brillante nacido en el seno de una familia trabajadora careces de apoyos. Lo más probable es que no seas más rico que tus padres. El sistema de clases británico es como una cárcel invisible. Es aquí donde entra en juego la demonización de la clase trabajadora: es un modo racional de justificar un sistema irracional.

Eventualidad

Después de la Segunda Guerra Mundial, la política dio un giro en el Parlamento británico. El Laborismo había obtenido una victoria aplastante. Se introdujeron amplias reformas sociales y los sindicatos gozaban de gran influencia política. Hoy día la situación ha dado un vuelco. La industria fabril y la minería han cerrado y con ellas se clausuró también el poder de la clase obrera. El sector servicios ha alumbrado una nueva clase trabajadora. Sus trabajos son más limpios y menos duros físicamente, pero tienen un estatus inferior, están mal pegados y son precarios. La explotación del trabajador de estas nuevas industrias se ha acentuado. Trabajadores eventuales y temporeros se enfrentan a acondiciones de trabajo escandalosas.

Los sindicatos lo tienen mucho más difícil para arraigar en el fluctuante sector terciario. La consecuencia es que lo que los estadísticos catalogan como clase media-baja están en su mayoría más abajo en la escala salarial que la clase trabajadora cualificada de la generación anterior. Por el contrario, en los últimos años muchas empresas británicas han logrado un récord de recaudación. Ilustra esta afirmación con el dato proporcionado por la revista «Sunday Times» sobre la fortuna de los más ricos en Gran Bretaña. La riqueza conjunta de las mil personas más ricas había aumentado un 30% en el 2010, el mayor incremento en la historia de la lista. Todo esto no es fruto de la improvisación. Ha sido posible por el aplastamiento de los sindicatos, los trabajos eventuales y un sistema fiscal organizado para beneficiar a los ricos.

EL CÍRCULO

En Gran Bretaña había 5 millones de personas en situación de pobreza en 1979; hacia 1992, 14 millones. Muchos tienen trabajo, pero es tan precario y mal pagado que no les alcanza para salir del círculo de la pobreza.

LOS PERDEDORES

Los «chavs» son los perdedores, los desposeídos. Salieron de todos aquellos que perdieron sus puestos de trabajo a causa de la brutal ofensiva neoliberal de los ochenta encabezada por Margaret Thatcher.

MERITOCRACIA

Un estudio de 2010 revela que, en Gran Bretaña, los ingresos de un padre son más importantes a la hora de determinar cuánto ganará su hijo que en cualquier otro país desarrollado.

¿Esperanza?

Owen Jones alerta en su obra sobre la tentación de encontrar falsos responsables de la tragedia vivida por la clase trabajadora. Lo más recurrente suele ser culpar a los inmigrantes. Frente a falsos estereotipos el autor recuerda que la Seguridad Social británica se hubiera hundido hace mucho a no ser por los miles de médicos y enfermeras de otros países que la han sostenido casi desde su creación. Algunos trabajadores británicos han optado por votar al ultraderechista y xenófobo BNP, quien se envuelve en mantos populistas para captar el voto obrero (no es un fenómeno aislado, los neo nazis griegos de Amanecer Dorado son un calco en este aspecto).

El autor previene también sobre las pésimas consecuencias que traen la parcelación del voto y la división de la clase trabajadora. La llegada de Thatcher al poder lo demuestra. El cinismo y la apatía política trabajan en la misma dirección: reforzar el poder de las clases privilegiadas. La crisis medioambiental puede ser una oportunidad de bucear en busca de nuevas oportunidades y de empleos bien pagados y estables. Y un factor capital: ser conscientes de la propia valía. Al fin y al cabo, apunta el autor, si nos deshiciéramos de todos los limpiadores, basureros, conductores, administrativos etc la sociedad se detendría en seco. En cambio, si al despertar una mañana descubriéramos que habían desaparecido todos los muy bien pagados ejecutivos publicitarios, consultores empresariales y directores de capital riesgo, la sociedad seguiría funcionando como antes, probablemente un poco mejor. J.M.COSTOYA

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