¡Tranqui, que tú no eres uno de los peores padres del mundo!
La bilbaina editorial Astiberri publica «Guía del mal padre», el nuevo trabajo de Guy Delisle, uno de los grandes del cómic, que ha dejado de recorrer y retratar países para explorar un mundo a veces mucho más sorprendente: el de sus hijos pequeños y su sala de estar.
Patxi IRURZUN | IRUÑEA
Guy Delisle está de moda. Uno de sus viejos cómics, «Pyongyang», se ha citado recurrentemente en los últimos meses, porque con este el dibujante quebequés abrió con su lápiz un hueco en el hermético régimen norcoreano, mostrándonos con más tino que cualquier documental o telediario cómo es la vida en Corea del Norte (la vida en todas sus dimensiones, más allá de de las cabezas nucleares, los acongojantes desfiles militares, las apocalípticas vida y muerte de sus líderes...).
Delisle vivió un año en Corea del Norte, y de su paso por el país escribió algo que podríamos llamar un cómic de viajes, un reportaje ilustrado en primera persona, que también encontramos en otros de sus álbumes, como «Crónicas de Jerusalén» o «Crónicas Birmanas». En este último, ya se veía a Delisle tirando de silleta o buscando pañales para su bebé por las desmanteladas tiendas de Rangún. Ahora, con «Guía del mal padre» -publicado por Astiberri, al igual que todos los anteriores- este dibujante trotamundos ha decidido estabilizarse (actualmente vive en el Estado francés), dejar de explorar el mundo y comenzar a explorar el mundo de sus hijos, que puede ser en ocasiones mucho más ancho y lleno de peligros.
Reírse de uno mismo
En «Guía del mal padre» Guy Delisle hace un ejercicio de sinceridad, una confesión en tinta china de la que sale airoso y absuelto en una catarsis colectiva, pues cualquier padre o madre con niños pequeños sabe que estos son muy monos pero a veces... a veces no sabe qué haría con ellos. (Atención, si cerca de usted hay un menor de seis años fisgando por encima del hombro, es el momento de pedirle que se vaya a jugar con la consola, por ejemplo).
¿A quién no se le ha olvidado -llegado ya el quinto o sexto diente de leche- alguna vez ejercer de Ratoncito Pérez? ¿Quién no ha defendido con un egoísmo infantil y sucias mentiras ventajistas de adulto la última cucharada de su comida preferida cuando su hijo se la ha pedido...? De todos esos pequeños crímenes inconfesables nos habla Delisle en su nueva obra. Con ella nos descubrimos en más de una ocasión riendo a mandíbula batiente y haciéndolo más a gusto cuando sabemos que lo que masticamos, de lo que nos reímos es de nosotros mismos.
Delisle siempre ha contado a su favor con una maestría en el uso de la ironía y con un talento espontáneo para empatizar con el lector a través de la descripción de situaciones domésticas y cotidianas, pero en esta ocasión ha acercado la lupa mucho más; ya no está en ninguno de los puntos calientes a los que le lleva su trabajo o el de su pareja (trabajadora de Médicos Sin Fronteras), sino en el cuarto de estar de su casa que podría ser la de cualquiera de nosotros, sentado en la mayoría de las páginas al ordenador o en la mesa de trabajo mientras sus hijos reclaman sin éxito su atención.
Adultos y niños
A la coqueta edición de Astiberri, casi de bolsillo, solo se puede achacar que nos sabe a poco. Sus páginas de fondos despejados sirven para remarcar la perplejidad y los silencios con la que nos encaran las preguntas de los niños y para las que las respuestas y reacciones, cuando las hay, convierten al adulto también cómicamente en niño.
Un libro, en definitiva, divertido -que buena falta nos hace-, catártico -no estamos solos en el mundo, no somos los peores padres el mundo- y también un buen tanteo para adentrarse en otras obras anteriores y magistrales, como los libros de viajes del autor.
Delisle siempre ha contado a su favor con una maestría en el uso de la ironía y con un talento espontáneo para empatizar con el lector a través de la descripción de situaciones domésticas y cotidianas.