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Iñaki Egaña | Historiador

El Plan Urkullu

En las últimas semanas hemos recibido señales inequívocas de la puesta en marcha de una especie de propósito combinado cuyo último fin sería la superación de un entorno de crisis económica y política que atenaza nuestro presente. Las señales han partido de la Lehendakaritza del Gobierno Autónomo vasco por lo que, con toda la humildad posible, me atreveré a catalogar dicha empresa con un nombre esperado: Plan Urkullu. El nombre de su presidente.

Los predecesores jeltzales de Urkullu tuvieron también su proyecto. El Plan Ardanza fue una estrategia electoral en tiempos del llamado «Espíritu de Arriaga», el de la comodidad en España. Ardanza fue un hombre gris al que los michelines de su partido movieron a su antojo, siempre mirando a la derecha y al eco de sus palabras en Madrid. Cuando se jubiló le regalaron un teléfono naranja, un negocio multado con 224,3 millones de euros.

El Plan Ibarretxe tenía, en cambio, un sustrato soberanista, a través del reconocimiento del derecho de autodeterminación. No era la música de la izquierda abertzale, pero sí parte de una partitura más extensa. Por eso, la mitad de sus parlamentarios lo apoyó y la otra mitad lo rechazó. Ibarretxe fue ninguneado por su partido, demonizado por la Conferencia Episcopal y amenazado de cárcel por Aznar. Repliegue de filas y abandono del escenario político por parte de su protagonista.

El Plan Urkullu es otra cosa. Ha nacido con matizaciones importantes. El sector que aupó a Ardanza es el mismo que ha dado el apoyo al nuevo lehendakari, por lo que el preámbulo tiene una puerta abierta y otra cerrada. Tras el adiós a las armas de ETA, la línea del PNV recobra el «Espíritu del Arriaga». Su futuro es constreñido y, por tanto, mantener su estructura pasa por abrir la puerta al constitucionalismo español y cerrarla al soberanismo.

En estos días, el Plan Urkullu ha pasado por el tamiz de la maquilladora. En una comparecencia destinada a los ilusos, el lehendakari ha señalado que no se trata de un proyecto exclusivo, sino de una «ilusionante» puesta en escena de lo que ha denominado «Espíritu de Bermeo», en referencia al auzolan después del incendio. Apropiación del lenguaje para luego tapar las vergüenzas.

El «Espíritu de Bermeo» parece haber sustituido al «Espíritu Rekondo», aquel alcalde de Hernani que sumó votos gracias al apartheid político, pero también a un frente anti Herri Batasuna (de casta le viene al galgo) que unía a todos los «anti» del municipio. Traigo a colación lo de Josean Rekondo porque el exalcalde fue uno de los extravagantes de su época, de esos que veía detrás de la Mesa Nacional la mano del albanés Enver Hoxha. Era de la escuela de los cuernos y rabo para la disidencia que tantos seguidores había dejado el franquismo.

La estela de Rekondo, olvidada desde que el Departamento de Estado norteamericano confirmó el fin de la Guerra Fría y el inicio de la era Ben Laden, fue recuperada a golpe de pataleta por los ahora compañeros del hernaniarra, vecinos del valle del Oria, Bildarratz, Egibar... Las comparaciones de Bildu con la Stasi de la RDA, el proyecto vietnamita de Ho Chi Min, la América bolivariana de Chávez e incluso con Berlusconi (muy cerca por cierto su partido FI con el PNV en lo económico) nos llevaron de nuevo al esperpento. No hay que olvidar que, poco antes de empezar la campaña, el rescate del «Espíritu Rekondo» corrió a cargo del propio Urkullu, que comparó los métodos de Bildu con los de Iosif Stalin, el ogro por excelencia del siglo XX, junto a Hitler.

La exposición fallida de los presupuestos para el Gobierno de Gasteiz fue la puesta de largo del Plan Urkullu. Y el lehendakari anticipó que la izquierda abertzale, en este escenario, es el compañero no deseado. Erkoreka avanzó la inoportunidad por el apoyo a la convocatoria de huelga general en esta situación de emergencia social. Urkullu se atrevió a decir lo obvio, con una sinceridad extraña en su entorno: «El modelo social y económico que defiende Bildu es radicalmente diferente al del PNV».

Tiene razón. El partido jeltzale es un mero gestor del poder económico y, en esa línea, su aspiración es la de mantener su posición frente a otros posibles competidores. Atrás quedaron las peleas jeltzales, muy atrás en el tiempo, por arañar un pedazo de poder. Solo queda la gestión de ese poder intocable. Ni siquiera pasa por la mente del EBB modificar un ápice del sistema.

Los movimientos de los michelines durante la crisis han sido demasiado notorios, avalando el párrafo anterior. Con Vocento cayendo en picado y como único resto aparente del antiguo e influyente Clan de Neguri, el PNV ha pactado su apoyo a cambio de titulares. En detrimento, por cierto, de su Grupo Noticias al que inyecta a través de sus ex cajas de ahorro (hoy integradas en Kutxabank) y la publicidad de sus instituciones. Con Vocento el PNV juega a la grande, y con el Grupo Noticias a la pequeña.

La gestión tiene diversos escenarios que no escapan a una rápida digestión. Las farmacéuticas son otro de esos sectores que dominan el mundo mundial. Ahí han metido también el morro, con un pata negra como Joseba Aurrekoetxea (EBB) en el consejo de Zeltia, donde comparte sueldo espectacular con otros pata negra como José María Bergaretxe (Vocento) y el exministro socialista Carlos Solchaga. ¿Se acuerdan del desaparecido Solchaga? Ahí lo tienen, compartiendo sillón, también en otras empresas (CIE Automotive), con antiguos jeltzales. Los acuerdos de la dirección de Onkologikoa de Donostia contratando empresas externas (madrileñas), probablemente vayan en esa dirección. Un nuevo caballo de Troya.

La espantada actual de Kutxabank, destruyendo una media de 40 empleos mensuales desde la integración, es probablemente el paradigma de la apuesta jeltzale. El negocio ruinoso de la compra de BBK de la Caja del Obispado de Córdoba, y la aventura del ladrillo de Kutxa en el Mediterráneo y Madrid está pasando una factura de miles de millones (de euros). Para amortiguar el golpe, el PNV se ha aliado con el Gobierno de Madrid, es decir el PP. El faro del neoliberalismo más salvaje. Y perdonen los superlativos.

La aportación de Iberdrola (Irala), Petronor (Imaz)... a las cajas forales, bastante menor de lo que la mayoría de ustedes suponen, la tapadera de las SPE (Sociedades de Promoción de Empresas), la construcción de la vía para un Tren de Alta Velocidad sin puerta de entrada ni de salida, son pasajes de una película de sumisión al poder real. De ahí esa defensa numantina de una fiscalidad liviana con el poder económico, con los empresarios que llevan sus ingresos a paraísos fiscales porque, como todos sabemos, el dinero no tiene patria.

Y lo dijo con la misma y meridiana claridad de Urkullu su colega José Luis Bilbao cuando imploró para no presionar a Iberdrola, acusada de desviar sus ganancias a esos paraísos fiscales, esencia del capitalismo. No hay que tocar la vaca que da leche. Una gallina que da huevos de oro, ¿a quién? ¿Qué beneficios ofrecen al conjunto del país unos cuantos consejos de administración con unos contratos blindados, unas pensiones asombrosas y unas cuentas en las Islas Caimanes?

El Plan Urkullu, tragado por la historia aquel de Ardanza y rechazado por su propia dirección el de Ibarretxe, es el paradigma de la proposición que hace el EBB del PNV a la sociedad vasca. Un plan que mantiene castillos de humo y ofertas presupuestarias a los responsables del desastre. Esos que ustedes y yo, en las noches más horribles de la crisis, imaginamos en las mazmorras de la inquisición. La vida no es sueño, desafortunadamente.

La existencia es muy real, efímera por lo demás y sin posibilidad de apretar el botón resset y comenzar de nuevo. Más de 250.000 vascos peninsulares están en el paro. Más de un 40% de los jóvenes que salen de la escuela, de la universidad, no encontrarán trabajo. El derecho constitucional a la vivienda era mentira. La mala gestión de los banqueros y empresarios de pedigrí se cubre. Para eso están los gestores. Los Tíos Tom en un mundo de esclavos. Con puros y angulas si hace falta.

Iñigo Urkullu juró su cargo en Gernika ahora hace poco más de seis meses: «Apal, apalik, Jaungoikoaren eta gizartearen aurrean». Pronto presentó las líneas maestras de su proyecto. Luego llegaron los presupuestos. Desconozco la reacción de Dios porque desconozco a Dios. Puedo, sin embargo, avanzar algo de lo que transpira nuestra sociedad, capaz de descubrir, a estas alturas, los secretos mejor guardados. Y el primero es el más evidente. La incógnita del Plan Urkullu se resuelve con sencillez: el lehendakari no tiene plan. Es decir, lo de siempre. A peor.

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