Raimundo Fitero
Beatriz
La salvadoreña Beatriz se ha convertido en un símbolo. Su circunstancia de embarazada de un cuerpo en formación con un problema grave que los diagnósticos califican de inviable, su propia enfermedad que le puede llevar a la muerte de no interrumpir su embarazo se ha convertido en una noticia de primera página. Hay que solidarizarse con la desconocida Beatriz porque está siendo utilizada por todos. Su caso ha alcanzado una importancia mediática que asusta. La intervención de organismos internacionales, organizaciones mundiales, políticos, partidos y oportunistas varios nos coloca ante uno de esos fenómenos globales de difícil explicación, pero que nos acciona el depósito de la suspicacia.
Es fácil posicionarse: se está cometiendo con Beatriz una arbitrariedad que se enmarca en la legislación de un país, El Salvador, en donde ha gobernado durante décadas la extrema derecha. En donde la religión católica más ultra tiene un poder inmenso, y en una zona del mundo en donde la mujer no acaba de tener todos los derechos reconocidos de manera indubitable, sufriendo violencias varias de manera constante. Parece una barbaridad que se juegue de esta manera tan irracional con la vida de Beatriz por unos principios morales y unas leyes cafres y machistas en contra de la ciencia médica y el derecho a la vida de la propia madre. Hasta aquí nadie puede tener dudas.
Las dudas llegan cuando se internacionaliza el caso de esta manera, cuando vemos a la ministra de sanidad del gobierno de El Salvador decir que se va a realizar un «parto inducido», es decir una cesárea ya que se ha dejado crecer al feto de manera criminal, para no llamarle aborto. Uno siente cierta vergüenza. ¿Por qué este caso que parece excepcional y obvio, se coloca en primera plana mientras se ignora la dolorosa situación de cada día de cientos o miles de mujeres en todo el mundo perseguidas por leyes y religiones? Que la solidaridad con Beatriz no nos nuble la conciencia ni la actitud. Que no agote nuestra indignación. Hay que seguir peleando para que los gobiernos, los jueces y los obispos aparten sus sucias manos y leyes de los cuerpos de las mujeres. De todas las mujeres.