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Fatima Amezkua | Mugarik Gabe

Impunidad en Guatemala, nunca más

 

Había sido un día largo. Después de horas de caminar por la montaña habíamos llegado a la comunidad para tener una reunión sobre el proyecto que desarrollábamos en conjunto. El trabajo había sido intenso y, al abrigo de las estrellas, llegaba ya el momento de descansar. Cuando estaba a punto de acostarme Don Manuel empezó a hablarme como nunca antes lo había hecho, con la vista perdida en el fuego que iluminaba la noche.

«Fue una noche como esta», dijo, «Habíamos estado organizando la ayuda mutua entre vecinos para la recogida de la cosecha cuando llegó exhausto un muchacho de la comunidad del otro lado del cerro. `Huyan!' nos gritó, `Los militares han arrasado la comunidad, no queda nadie. Violaron y mataron mujeres, niñas y ancianas, los hombres de un tiro tras cavar su propia fosa, las criaturas chiquitas matadas a golpes... ¡Huyan! Mañana estarán aquí'. Salimos corriendo a escondernos en la montaña, solo llevábamos lo puesto. Tardamos muchos años en poder regresar a nuestra casa, perdí tres de mis hijos en la montaña. Sobrevivimos en condiciones inhumanas mientras llegaban noticias de nuevas masacres y personas desaparecidas...».

Ocurrió durante la época dura de la llamada política de tierra arrasada. Conocía los hechos. Años atrás había leído con horror los testimonios de sobrevivientes del conflicto armado interno de Guatemala recogidos en el Informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, Verdad y Justicia en Guatemala. Sin embargo, después de convivir varios años con población indígena y del afecto y confianza que me unía a muchos de ellos y ellas, este relato en primera persona me producía un dolor profundo unido a la impotencia de saber que los responsables de este genocidio no habían sido juzgados y menos aún condenados. Casi la totalidad de las personas que conocí en Guatemala tenían algún familiar muerto o desaparecido fruto de esa violencia.

En los últimos meses, cuando seguía desde aquí la evolución del histórico juicio al exdictador General Efraín Ríos Montt (quien gobernó durante los años más duros de la represión 1982-83), el recuerdo de muchos testimonios como el que acabo de narrar me venían a la cabeza. Para la dignidad de las miles de personas muertas, desaparecidas, sobrevivientes de la violencia y sus familiares, era muy importante que se reconociera que sí hubo genocidio y que se juzgara -al menos- a uno de los mayores culpables del mismo. El 10 de mayo de este año, se nos saltaron las lágrimas de emoción al conocer la sentencia que condenaba al exdictador Ríos Montt a 80 años de cárcel por genocidio y crímenes contra la humanidad.

Sin embargo, la noticia se tornó agridulce solo diez días después cuando se anunció la anulación de la condena al invalidar las últimas semanas del juicio. Todo había sido orquestado con el apoyo de la oligarquía guatemalteca y el Ejército. El juicio tendrá que repetirse, muchas víctimas sobrevivientes del conflicto tendrán que testificar de nuevo, desde aquí seguiremos vi- gilantes, sin dejar que el genocidio de Guatemala caiga en el olvido. En palabras de Sandino Asturias, «Si no se resuelve la impunidad del pasado, se instala la impunidad en el presente». Desde mi respeto y admiración a los hermanos y hermanas indígenas de Guatemala, a las Defensoras de la Verdad y los Derechos Humanos, a quienes ya no están, a quienes siguen luchando por la defensa del derecho a la tierra y el territorio enfrentando poderes económicos, a todos ellos les agradezco su valor y les pido que sigan adelante. Por la justicia y la verdad: Guatemala, nunca más.

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