La cenicienta vasca es la favorita de la corte
Convertido en un majestuoso e incluso apabullante recuerdo de los reinados absolutistas de Luis XIV y sus sucesores, el palacio de Versailles es durante el día escenario del paso de hordas de turistas. Cuando oscurece, su Ópera Real acoge un prestigioso festival. En él, la noche del pasado viernes hubo magia a cargo del Malandain Ballet Biarritz y la Orquesta Sinfónica de Euskadi.
Amaia EREÑAGA
Situado a unos 17 kilómetros de París, el dominio de Versailles es la «pequeña» ciudad desde la que controlaba a su corte y reinó sobre su extenso reino durante más de setenta años Luis XIV (1638-1715), el «rey Sol», el verdadero impulsor de la que fue la grandiosa residencia de la monarquía en el Francia del Antiguo Régimen. Rodeado por un espectacular parque que ocupa 800 hectáreas -es tan grande que llegar hasta el otro extremo del Gran Canal supone una hora a pie-, tres palacios y un jardín de estilo clásico completan el complejo arquitectónico, Patrimonio de la Humanidad desde 1979 y uno de los lugares más visitados por el turismo en el Hexágono.
Viernes por la tarde y unos veraniegos 27 grados. En el palacio principal, turistas buscando la sombra o un lugar donde reponerse de tanto fisgar por las estancias privadas de la realeza, grupos de japoneses, numerosísimos, deambulando por las salas como concentrados en sus audioguías y fotografiándolo todo brazos en alto -mucha tablet alzada hacia arriba-, mientras en la galería que acoge la exposición temporal de este verano («Tesoros del Santo Sepulcro», hasta el 14 de julio) brillan de forma casi obscena 250 obras de arte religiosas donadas por las dinastías europeas durante las Cruzadas y custodiadas actualmente por la orden franciscana en Jerusalén. Es la primera vez que salen de la llamada Tierra Santa.
Por la entrada lateral del palacio, pasando por esta galería, se accede a otra de las joyas que esconde Versailles: la Ópera Real, un teatro diseñado por Ange-Jacques Gabriel e inaugurado en 1770 en conmemoración del matrimonio del delfín, quien luego sería Luis XVI, con María Antonieta. Este pequeño y precioso teatro, de solo 700 butacas pero opulenta decoración, acogía esa misma noche el estreno francés de la «Cenicienta», sobre la partitura de Prokofiev, del Malandain Ballet Biarritz y la Orquesta Sinfónica de Euskadi, una cita especial tanto por el lugar -«pocas compañías pueden decir que han podido bailar en este escenario», apuntaba el coreógrafo Thierry Malandain-, la oferta -con orquesta en directo, algo poco habitual- como por las consecuencias para los protagonistas, ya que el aforo estaba compuesto por medios de comunicación, programadores, directores de teatro y de festivales, representantes políticos y hasta la mujer del Primer Ministro francés.
«Para nosotros es muchísima presión» porque «para el futuro de la compañía es importante», reconocía ya más tranquilo y «muy, pero que muy contento», el coreógrafo Thierry Malandain una vez apagados los largos aplausos con los que el teatro despidió a su «Cenicienta» en estado de gracia. Iñigo Alberdi, director de la Orquesta de Euskadi, tampoco podía evitar estar exultante, ante un cierre de temporada tan redondo. Largamente buscado, este estreno de la OSE en París es una «tarjeta de presentación» perfecta para la orquesta y que «refuerza la apuesta por la orquesta como embajadora de Euskal Herria», explicó. Les apoyaban con su presencia compositores como Ramón Lazkano y Gerard Pesson y una representación institucional compuesta por la consejera de Educación, Política Lingüística y Cultura y presidenta de la OSE, Cristina Uriarte; el viceconsejero de Cultura, Joxean Muñoz, y la directora del Instituto Etxepare, Aizpea Goenaga.
Estrenada en Donostia el pasado día 3, «Cenicienta» llegaba a Versailles con una orquesta un poco más reducida -el foso es más pequeño que el del Kursaal-, dirigida por el director catalán Josep Caballé-Domenech y con algunas apuestas y bastantes retos. Este es el segundo montaje, además, de Thierry Malandain con la OSE, una forma de trabajo común que Alberdi no dudaba en calificar como uno de los «proyectos estratégicos» de la orquesta.
Realizada por encargo expreso de Laurent Brunner, director de la ópera de Versailles, para que la compañía de Malandain estuviera presente con un estreno en esta edición del festival titulada «Les voix royales» (Las voces reales), la «Cenicienta» del compositor ruso Serguei Prokofiev (1891-1953) es una obra hermosa, aunque de estructura complicada, basada en el que quizás es el cuento más famoso de Charles Perrault (1628-1703).
No era un reto sencillo, como reconocía el propio coreógrafo, ganador el pasado año del Premio de la Crítica francesa. Por un lado, el hecho de que la compañía esté compuesta por una veintena de bailarines únicamente, algo que Malandain transformó a su favor dando más relieve a los personajes secundarios, jugando con las convenciones -las divertidas e impactantes madrastra y sus dos hijas son interpretadas por tres hombres, como en el teatro de los siglos XVI y XVII- o creando efectos visuales envolventes, como los maniquís que convierte en bailarines virtuales durante la escena del baile. Por otra, contar con una orquesta en directo supone una dificultad añadida-«es una suerte poder bailar aquí, pero si además puedes hacerlo con la orquesta es un regalo», reconocía-... y, una sorpresa de última hora, en la forma de un escenario como el de la Ópera Real, con una inclinación que tuvieron que terminar dominando.
La última función en Versailles es esta tarde. Sus siguientes citas en este formato con orquesta en directo son el 17 de este mes en Bilbo, el 6 de setiembre en Biarritz (Maitaldia) y el 25 de noviembre en Iruñea. El realizador Óscar Tejedor está últimando, además, un documental sobre este montaje.
Luis XIV, rey de Francia y Navarra -la inclusión entre sus títulos de la Baja Navarra era algo habitual entre los Borbones-, recibe al visitante en la plaza de armas de Versailles sentado sobre su trono de piedra. Donde antes llegaban las carrozas, ahora aparcan los autobuses que traen a miles de visitantes a cotillear por las estancias que antes solo recorría la nobleza. El rey más rey de todos los tiempos concedía a sus cortesanos más importantes la suerte de poder ver cómo desayunaba un caldito y pasaba entre el gentío por la espectacular Galería de los Espejos camino a la misa de la Capilla Real, dejado que uno le hablara o negando la mirada a otro, porque así se sabía quién tenía el favor real. En aquella corte en la que las fases de la construcción de los palacios de Versailles coinciden con los cambios de favorita del rey, la vida transcurría dentro de su verja dorada. El pueblo que la saltó y les cortó la cabeza a Luis XVI y a María Antonieta parece como si se vengase ahora fotografiando sus intimidades.