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ANáLISIs | revuelta contra el gobierno islamista turco

Claroscuros en la plaza Taksim

Lo que comenzó siendo una protesta social en defensa de un parque se ha convertido en una sucesión de acontecimientos que algunos presentan interesadamente como la «Primavera turca». De lo que no hay duda es de que estamos ante la primera crisis seria que afronta el AKP y su líder, Erdogan, en doce años.

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Txente REKONDO | Analista internacional

En estos 11 años, el AKP ha ido dando pasos que han transformado en cierta manera el panorama de Turquía, lo que representaría la cara de la moneda. Durante su primer mandato puso en marcha algunas reformas (relaciones militares-civiles, derechos de las minorías) de cara al acceso a la UE y sobre todo, aumentó el peso de los poderes legislativo y ejecutivo frente a los todopoderosos militares turcos y sus aliados de la burocracia del status quo.

En las elecciones de 2007, logró un mayor apoyo electoral y continuo a las reformas, al tiempo que inició algunos juicios contra maniobras golpistas militares. En 2010, puso en marcha una reforma constitucional para restringir la influencia de la judicatura sobre los poderes públicos (respaldada mayoritariamente en las urnas), y en 2011, logró el 50% de los votos.

A todo ello se une el importante crecimiento económico (eso sí, muy descompensado socialmente), la firmeza ante las maniobras involucionistas del anterior aparato estatal (apertura de los casos Ergenekon y Balyuz), y el inicio del proceso para solucionar de manera negociada el conflicto con el pueblo kurdo.

La otra cara de la moneda. El AKP ha desarrollado un proceso de restructuración neoliberal, hasta ahora con equilibrios, al tiempo que extendía el estado de bienestar, sobre en todo en educación y sanidad, a grandes sectores de la sociedad. Ejemplos son los proyectos de plantas hidroeléctricas, a las que se oponen las poblaciones locales y con altos costes medioambientales; el negocio del ladrillo-construcción, como en barrios de Estambul de donde se ha expulsado a sus habitantes realojándolos a kilómetros para construir en su lugar apartamentos y viviendas más caras; o megaproyectos como el tercer puente sobre el Bósforo (cuyo nombre genera el rechazo aleví), el mayor aeropuerto de Europa o el canal para conectar los mares Mármara y Negro.

En segundo lugar están las políticas socialmente conservadoras y con fuerte carga religiosa. La reforma educativa, con un mayor peso de la religión, las restricciones en torno a la venta de alcohol o el anuncio en el metro de Ankara contra los «besos en público» han cosechado el rechazo de importantes sectores.

Y en tercer lugar está la política exterior, sobre todo en torno a Irak y a Siria, donde ha dado un giro absoluto, pasando de su alianza con el Gobierno de Al-Assad a ser un sustento clave para los yihadistas que llegan a Siria. Esta muestra de apoyo a la oposición suní siria no ha sido bien recibida por alevíes o kurdos, como tampoco por otros sectores no suníes del país.

Las protestas han mostrado una inimaginable unión entre diferentes sectores: desde movimientos ecologistas, defensores de los derechos de gays y lesbianas, a simpatizantes y militantes de las dos fuerzas de la oposición, el CHP y el MHP, miembros de organizaciones sindicales y de la izquierda extraparlamentaria y de las minorías kurda y aleví. Hay hasta simpatizantes del propio AKP. Les une su rechazo al primer ministro, Recep Tayyip Erdogan.

Sin embargo, una visión más detallada nos permite percibir con más nitidez la realidad opositora. La debilidad manifiesta de los principales partidos opositores es un factor que juega a favor del AKP y de Erdogan. Pero sobre todo se observa una clara división entre los sectores que temen que Turquía se convierta en «un nuevo Irán» y que rechazan además el proceso iniciado con los representantes del pueblo kurdo (temor a la ruptura de «la unidad» del país), y aquellos sectores, kurdos y de izquierda, sobre todo, preocupados por la represión que ha ido en aumento en los últimos meses, con decenas de detenciones, juicios y persecuciones políticas.

Pero Erdogan cuenta también con otros enemigos, más allá de los kaymak tabaka, las clases medias altas. Nos referimos a EEUU y a sectores del propio AKP. Ha sorprendido la reacción de Washington, con un ataque de John Kerry y con la publicación en pocos días de al menos seis comunicados muy críticos con Erdogan.

El doble rasero de EEUU y de la propia UE no han pasado desapercibidos. Cuando desde Washington o Bruselas se dice que las protestas son acciones pacíficas de ciudadanos respetuosos con la ley ejerciendo el derecho a la libertad de expresión o cuando muestran su preocupación por la respuesta policial, muchos se acuerdan de la actitud de esos actores en Bahrein o en Grecia, por ejemplo.

El otro frente contra Erdogan se encuentra en torno al poderoso movimiento de Fetullah Gulen, que ante la llamada «troika del AKP» o «padres fundadores» (el presidente Gül, el viceprimer ministro Arinç y Erdogan) apuesta claramente por los dos primeros. Las críticas y ataques contra Erdogan se han sucedido desde este sector y sus medios de comunicación.

Mientras que este movimiento rechaza el proceso iniciado con el pueblo kurdo, EEUU observa con preocupación el camino «incontrolable» de Erdogan en política exterior (Siria, apoyo a Kurdistán Sur, relaciones con Hamas y Hermanos Musulmanes o su rechazo a la política de Israel). Ambos protagonistas buscan debilitar al actual primer ministro turco, erosionando su legitimidad al presentarlo como un dictador y/o un modeno sultán.

La percepciones en ocasiones no son la realidad. Los deseos de que esta protesta se transforme en una especie de «primavera turca», de momento no son más que eso, a pesar de esos intentos por presentar a Erdogan como una figura similar a Mubarak, sin apoyo popular y por tanto vulnerable a las protestas y manifestaciones populares.

En ese sentido, son penosos los intentos por presentar la actual Turquía como una realidad que necesita ser salvada de las manos de un dictador, utilizando para ello todo un abanico de distorsiones y mentiras informativas. ¿Es razonable pensar que estamos ante una revolución contra un Gobierno que ha introducido reformas para facilitar el acceso a la UE, que busca un acuerdo con los kurdos, que ha recortado la tutela y el poder de los militares, iniciando investigaciones y juicios sobre intentos golpistas o la red Gladio?

Desde sectores próximos a Erdogan se argumenta que los intentos del dirigente turco para acabar con el «régimen burocrático de tutelaje» cuentan con importantes detractores, teniendo en cuenta además que la oligarquía kemalista todavía conserva espacios de poderís. Estos defensores del anterior status quo estarían intentando aprovechar las protestas para debilitar y desgastar a Erdogan y al AKP, todo ello con la vista puesta en las próximas elecciones municipales, y sobre todo intentan poner fin al süreç o «proceso» kurdo, y evitar que se redacte y apruebe una nueva Constitución.

A pesar de que ha sido capaz de unir a diferentes sectores e intereses, otrora enfrentados, en contra suyo, es demasiado pronto para enterrar a Erdogan. Una gestión hábil de la actual crisis puede permitirle salir reforzado de la misma. Además, y a pesar de las tensiones internas y externas, y al cansancio de tantos años en el Gobierno, el AKP sigue siendo la principal fuerza política del país.

En los próximos meses la atención en Turquía estará centrada por las dinámicas domésticas y por el desarrollo de los acontecimientos en la región (sobre todo en Irak y Siria). El crecimiento económico puede continuar, pero al mismo tiempo las diferencias también se acentuarán, ya que no se reparten los beneficios por igual entre la población. El acuerdo de paz con el pueblo kurdo deberá sortear importantes obstáculos, sus enemigos son poderosos (como lo demuestra el reciente enfrentamiento en Sirnak, el primero desde el alto el fuego), pero puede llegar a fructificar.

Y serán claves, sobre todo, las próximas citas con las urnas, las elecciones locales en otoño de este año, el referéndum para aprobar una nueva constitución en el 2014 y las elecciones generales previstas para el 2015.

La polarización y las divisiones han marcado la política turca en las últimas décadas, unidas a la desinformación, los rumores, los discursos de odio y las teorías conspirativas. El proyecto del AKP, otrora un modelo para exportar a otros países musulmanes (compaginando una mayoría musulmana con una democracia secular), parece que ya no es del gusto de determinados actores internacionales.

Pero el actual matrimonio de conveniencia entre sectores populares de izquierda (cuyas banderas y pancartas protagonizan algunas marchas de estos días), kurdos (desconfiados ante la presencia cada vez mayor de banderas turcas), de seguidores de equipos de fútbol (en ocasiones rondando el hooliganismo), de partidarios de la intervención militar o de los sectores del chauvinismo turco, no es suficiente para poder presentar el devenir de los acontecimientos como la antesala de la «primavera turca», ni tan siquiera de un «verano turco».

reunión

Recep Tayyip Erdogan se reunirá mañana con representantes de la plataforma que organizó las primeras protestas en el parque Gezi de la plaza Taksim de Estambul, origen de la ola de manifestaciones, anunció Bulent Arinc.

Las protestas tienen su eco en Londres

La importante comunidad turca en Londres (500.000) también ha salido a la calle. En la céntrica plaza de Trafalgar Square hay concentraciones diarias. Banderas de sindicatos o de izquierda comparten espacio con insignias turcas y de algunos clubes de fútbol. Es una especie de microcosmos de lo que se vive en Turquía. Los que apoyan al Gobierno por motivos políticos o religiosos o los que alaban sus éxitos económicos son en Londres un tercio y no salen a la calle. Frente a ellos están los alevíes, que miran a Siria con preocupación; los kurdos, preocupados por el devenir del proceso y por la aparición masiva de banderas turcas y, finalmente, los sectores laicos. T.R.

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