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Amparo LASHERAS | Periodista

De espiar a controlar

Dicen que los avances tecnológicos de esta era se deben a las investigaciones de las grandes potencias militares para esparcir su poder y controlar el devenir de la humanidad con sigilo y eficacia. El reciente escándalo del espionaje masivo de EEUU y Reino Unido a países y personas ha confirmado lo que ya era una vieja creencia: que el proceder del poder, en materia de espionaje y control, continúa siendo el mismo de siempre pero más sofisticado y poderoso de lo que imaginó Orwell en «1984» o Alan Moore en «Vendetta». Del mismo modo que los aviones teledirigidos han sustituido a los bombarderos de todas las guerras, la tecnología ha desbaratado aquellas redes de espionaje del siglo XX, tan ávidas de literatura, de la inteligencia americana, británica, rusa o israelí y de países menos poderosos, que siempre eran los secundarios de la acción. Otros aseguran que con la caída del bloque comunista desapareció el espía clásico, aquel entre cínico y patriota que en ocasiones se hacía inolvidable. El espía en paro supone un mal menor, si analizamos los desastres sociales que ha causado la ausencia ideológica de una izquierda fuerte, pero es un mal que deja dañada la imaginación para disfrutar de buenas historias, narradas al filo de la ficción y la realidad. Porque ¿quién puede olvidar a Kim Philby, marxista británico que trabajó para el comunismo durante décadas? Su vida sirvió de inspiración al maestro del espionaje John le Carré, y cuentan que también a Graham Greene en «El tercer hombre». «La CIA sabe todo lo que pasa en Euskal Herria», me susurra un amigo. Le miro y pienso que no sé si aquí existió algún Philby, pero nacionalistas que se sentaron en los despachos de Washington, sí.

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