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Los ciudadanos búlgaros vuelven a tomar las calles ávidos de democracia

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Miles de búlgaros han vuelto a tomar esta semana las calles de Sofía para expresar su exasperación por los niveles de corrupción en el poder y su sed de democracia para el país.

«Yo tenía siete años cuando mis padres me llevaron a las manifestaciones por la democracia tras la caída del comunismo», recuerda Kamelia Mitova, de 31 años, que acudió a una manifestación en la capital búlgara acompañada de su hija. «Es increíble que aún no se haya logrado ese objetivo», añade.

Si las multitudinarias manifestaciones del invierno, que hicieron caer el Gobierno de Boyko Borisov, estallaron por el alto precio de la electricidad y la pobreza, las protestas iniciadas hace una semana son de naturaleza diferente, según los politólogos.

«Esta es una protesta por la moral no por el pan cotidiano. Los manifestantes son jóvenes y educados, no son pobres, a diferencia de los que se manifestaron en febrero», señaló Dimitar Ganev, del Instituto de Ciencias Sociales Ivan Hadjiyski.

El grueso de la movilización, que es apoyada por el jefe de Estado, Rossen Plevneliev, se concentra en la capital. Decenas de miles de personas acuden cada noche frente a la sede del Gobierno y el Parlamento para pedir la dimisión del Gobierno de primer ministro, Plamen Orecharski, al frente desde hace tres semanas de un Ejecutivo tecnócrata apoyado por los socialistas.

Las protestas comenzaron tras la elección de un líder del partido de la minoría turca musulmana MDL -que participa en el Gobierno-, el controvertido diputado y magnate de la prensa ligado a un gran banco pero sin experiencia en seguridad, Deylan Peevski, para dirigir la poderosa Agencia de Seguridad Nacional.

Esta decisión muestra, a juicio de la población, la sumisión del Gobierno «a la oligarquía», y la renuncia de Peevski y la petición de disculpas de Orecharsky no ha sido suficiente para poner fin a las manifestaciones.

«Queremos eliminar a estos demagogos corruptos llamados `clase política'. Está en juego el futuro de nuestros hijos, aquí o en el exilio», dijo Ilian Kamenov, un profesor de 42 años.

Aunque la ira es intensa, el ambiente es tranquilo. La naturaleza desesperada de las protestas del invierno -marcado por siete inmolaciones y a veces violentos choques con la Policía- no parece viable ahora, pero la determinación está ahí y los manifestantes pretenden continuar hasta que renuncie el Gobierno.

No obstante, algunos analistas creen que la caída de Orecharski podría agravar la crisis y posibilitar «la supervivencia del modelo oligárquico» de cara a las elecciones previstas para mayo de 2014.

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