Los datos de desempleo del mes de junio fueron recibidos con indisimulada satisfacción desde las instituciones, de forma más comedida en el caso de los Ejecutivos de Lakua e Iruñea, y con cierto triunfalismo por el Gabinete de Mariano Rajoy, que aprovechó para sostener, por enésima vez, que lo peor de la crisis ya ha pasado en el Estado español. Sin embargo, y aun entendiendo que la caída de la tasa del paro es un alivio para gobiernos con inflación de malas noticias, un análisis menos superficial de los números debería servir para alejar cualquier conato de euforia.

A nadie se le escapa que buena parte de los contratos firmados en junio son estacionales, directamente vinculados a la época estival y correspondientes a empleos precarios en sectores como el ocio, la hostelería o el comercio. No es extraño, en este sentido, encadenar varios meses seguidos en los que la tasa de desempleo baja; de hecho, ya ocurrió en el ejercicio anterior, y lo sorpresivo habría sido que se hubiera producido un repunte. Por otra parte, existe una gran diferencia entre el número de personas registradas como demandantes de trabajo, por un lado, y el de nuevos contratos, así como el de afiliados a la Seguridad Social, siendo probable que los parados a los que se le haya acabado la prestación y hayan perdido la esperanza de encontrar empleo se hayan borrado de la lista, provocando la sensación artificial de que el paro baja. Asimismo, no hay que olvidar el factor migratorio, muy activo en verano. Aunque no aparezcan, esas personas siguen ahí, sin trabajo y en gran parte sin ningún ingreso.

Para revertir la tendencia en materia de desempleo la economía vasca necesita alcanzar unos índices de crecimiento que todavía quedan muy lejos, y mal harían Lakua e Iruñea en aferrarse a un optimismo irreal. Qué decir del Estado español, cuya estructura económica es mucho más débil y al que le queda todavía una larga travesía por el desierto. Ocultar este hecho a la ciudadanía es una irresponsabilidad, una más, del PP.