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crisis política en egipto | Txente REKONDO, Analista Internacionalc

Tensión e incertidumbre

Frente a las visiones maniqueas sobre lo que está acaeciendo en Egipto, el autor desgrana la agenda oculta de parte de la oposición política y aporta nuevos elementos, como el peso creciente del sectarismo, para advertir de que un desenlace militar de la crisis tendría gravísimas consecuencias, no solo en el interior del país sino en el conjunto de la región.


Una primera mirada a la realidad egipcia nos muestra dos universos paralelos e irreconciliables. Por un lado, el presidente Morsi y los Hermanos Musulmanes (HM), que defienden su mandato en la «legitimidad constitucional y democrática». Denuncian que la oposición utiliza argumentos falsos, que cuenta con la ayuda extranjera y que hace uso de una retórica incendiaria al tiempo que rechaza los ofrecimientos de diálogo.

La oposición sería una unión conspirativa de bandas de jóvenes callejeros, políticos hambrientos de poder, elementos del antiguo régimen y sectores de los aparatos de seguridad.

Por contra, la oposición hace responsable a los HM de la situación del país. La inflación, el paro, los problemas de suministro energético serían la consecuencia de una política autócrata y sectaria. Rechaza dialogar con un presidente que «no está dispuesto a hacer concesiones».

La oposición, o la parte de ésta que cuenta con el beneplácito de políticos y medios occidentales, está sumida en un mar de contradicciones. Mientras acusa a los HM de monopolizar el Estado, rechaza las ofertas para participar en sus instituciones Exige un mandato democrático, pero se niega a someterse a él.

No tienen cohesión interna. Han ido de fracaso en fracaso, tanto en sus derrotas electorales (en las seis últimas citas), en los intentos de desestabilizar completamente al país, y sobre todo a la hora de presentar una alternativa creíble, más allá de todo y todos contra Morsi y los HM.

Frente a las históricas demandas de la revuelta de 2011 («pan, libertad y justicia social»), estos sectores tienen su propia agenda oculta. Derrocar por cualquier medio a Morsi, convocar una selecciones «controladas», seguidas de un gobierno de tecnócratas y la redacción de una nueva constitución para dar encaje institucional a su plan.

Pero hay otros elementos a tener en cuenta, entre ellos el sectarismo. Los ataques contra la minoría copta, o los más recientes en Giza contra la minoría chií muestran que la sombra del sectarismo está más presente que nunca en Egipto.

Ante la pasividad de la Policía, los discursos sectarios de predicadores radicales y salafistas han prendido en sectores que rechazan la política de los Hermanos Musulmanes «por su visión moderada del Islam». El cuadro se completa con la reaparición de movimientos jihadistas, que han secuestrado soldados, han lanzados ataques contra Israel o han quemado iglesias coptas y bares.

Otro vértice, no menos importante, reside en el todopoderoso Ejército egipcio, interpelado por muchos a «intervenir para evitar la ruptura de Egipto, y que caiga en un oscuro túnel de guerra civil, muertes, sectarismo o colapso estatal».

A pesar de algunas lecturas que sostienen un supuesto pacto entre militares y Hermanos Musulmanes, todo parece indicar que los primeros estaban esperando el desgaste de éstos, lo que les «obligaría a actuar», para defender su estatus, pero sobre todo sus inmensos intereses políticos y económicos.

El llamado tercer campo podría ser el gran beneficiado de toda esta situación. Un sector que estaría esperando su momento, consciente de que cuanto peor mejor. Esta alianza estaría formada por aquellos que se beneficiaron económicamente bajo el régimen de Mubarak, a través de sus pirámides de corrupción y clientelismo; por seguidores políticos del antiguo régimen y los llamados movimientos «anti-conservadores» o «seculares y laicos».

Los dos primeros grupos intentarán aprovechar el apoyo con que el tercero cuenta en Occidente para completar su propia agenda, que según las citadas fuentes bien podría ser una vuelta al «viejo Egipto». Para ello necesitaban acelerar el caos económico y de seguridad, dando pie a las maniobras e intervenciones que nos situarían en un nuevo panorama donde la violencia y la represión acallarían las voces opositoras, la democracia brillaría por su ausencia y la corrupción sustentaría los pilares del nuevo sistema, con el poder político y económico nuevamente en manos de unos pocos para seguir explotando a la mayoría del país.

El miedo, el rencor, la desconfianza y la venganza pueden acabar por apoderarse de Egipto. La incapacidad del gobierno para dotar a la población de las necesidades básicas, los cortes energéticos, la ausencia de carburante, las tensiones religiosas y sectarias, la violencia y los enfrentamientos en las calles, el colapso económico y la presencia cada vez de más armas, son síntomas que apuntan a una peligrosa espiral. Hay quien augura el riesgo de una guerra civil. Y basta recordar el reciente ejemplo de Argelia para adivinar que las consecuencias irían más allá de las fronteras egipcias y tendrían una deriva sectaria.

La situación en la región ya es de por sí complicada. Con los ataques del Sinaí, el caos en Libia y la rebelión en Malí, la guerra en Siria, o los difíciles equilibrios en Jordania, Líbano, Túnez, Yermen...y sin olvidar la lucha en Palestina, añadir más gasolina al fuego podría desencadenar una situación incontrolable.

Lo que pasa en Egipto va parejo a los intereses de terceros actores. Occidente y su impulso a las privatizaciones y sus réditos económicos y políticos; la alianza entre EEUU, Israel y Arabia saudí para apoyar a los militares egipcios y bloquear cualquier triunfo islamista; Qatar y Turquía apoyando a los HM; Irán, Rusia y China como freno de los intereses de Washington y sus aliados regionales...

Muchos intereses y muchos actores, pero ninguno en línea con las demandas de la mayoría de la sociedad egipcia, donde la incertidumbre y las tensiones se acentúan cada día que pasa.

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