CRíTICA: «La mejor oferta»
Cómo engañar a un experto tasador en obras de arte
Mujel INSAUSTI
El mejor Tornatore está detras de «La miggliore offerta», contradiciendo a quienes afirmaban que ya nunca volvería a ser el mismo de «Cinema Paradiso». Giuseppe siempre ha hecho buen cine, pero conseguir poner de acuerdo a crítica y público no es nada fácil. En Italia vuelve a reinar en la taquilla y en los premios David Di Donatello, con un total de seis estatuillas, de las que, además de la de Mejor Película y Mejor Director, le hizo especial ilusión la de Mejor Banda Sonora, por los años que lleva colaborando con el maestro Ennio Morricone.
Estamos hablando de una película redonda, pero que no lo sería tanto sin el protagonismo estelar del actor astrauliano Geoffrey Rush, en la que, Óscares aparte, puede ser la caracterización más sublime y patética a la vez de su carrera. Nadie como él para personificar la tragicomedia del experto en arte que es capaz de distinguir una obra auténtica de una falsa de un solo vistazo, y al que en la vida real engañan como a un primerizo. La paradoja se da porque los estafadores conocen sus puntos débiles, explotados a través de la belleza de una joven misteriosa utilizada como cebo, cometido al que se adecúa perfectamente la aún poco conocida actriz neerlandesa Sylvia Hoeks.
La relación romántica entre ambos personajes, más allá de la obvia diferencia de edad, está servida desde el momento en que ella finge padecer agorafobia, conectándose así con la enfermedad rara de él, presa del TOC (transtorno obsesivo compulsivo). No necesitan, por tanto, del contacto físico, sustituido por un tipo de admiración contemplativa. Él posee una cámara secreta en su casa donde oculta un museo privado con una colección de retratos femeninos pintados por los artistas más famosos de la historia: Tiziano, Rafael, Durero, Renoir, Bouguereau o Christus.
Tornatore se mueve en ese ambiente reservado con la elegancia del Visconti de «Gruppo di famiglia in un interno», creando su propio Código Da Vinci a partir de la combinación del trampantojo visual con el rescate de inventos renacentistas como el del autómata, cuya maquinaria de reloj termina por atrapar al protagonista en la kafkiana Praga.