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Depeche Mode, Kings of Leon y Green Day inician el BBK Live
Los nombres consagrados no necesitan mucha más letra grande ni negrita, bandas como Depeche Mode, Kings of Leon o Green Day son las evidentes, por lo que pasear por sus biografías es más que suficiente. Las tres formaciones pueden plantear un show con canciones nuevas, pero no suele ser este tipo de festivales el espacio adecuado para que se intente presumir de creaciones novedosas; la gente quiere himnos, pero también es cierto que los asistentes a festivales suelen contar con un bagaje amplio, lo que permite que las diferentes formaciones puedan tomarse más de una licencia.
Pablo CABEZA
Depeche Mode utilizará comodines para su tiempo de escena, pero también resultaría incomprensible que no tocara canciones de su último disco. Dave Gahan, Martin Gore y Andrew Fletcher tocaron hace cuatro años en el BBK Live, donde presentaban «Sound of the universe». Ahora regresan con «Delta machine», publicado en marzo de este año. El trío mantiene su estilo como si el hielo hubiese congelado toda posible desviación, continúan con su synth pop, el punto de dark wave y una enorme clase en la concepción de las estructuras y ambientes. Hasta un espíritu rockero se inclina ante los sonidos de «Delta machine», su poder de hipnosis, cada punzada de sonido, los juegos de estéreo. Un disco de sublime sonido y acabado. Convencieron hace cuatro años y la impresión es que su regreso no estorba, que en la noche del jueves volverá a impartir una mayestática clase de relajados ritmos entre la melodía fría, los sintetizadores ambientales y alguna que otra guitarra repleta de plasticidad. Depeche Mode llevan activados desde 1980, su carrera no es prolífica, como su música necesita de espacios y largas noches, por lo que no han grabado más allá de los trece discos, la mayoría, en porcentaje, surgidos en la década de los ochenta.
El viernes es para King of Leon, siempre hablando en un aséptico término de cabeza de cartel. No se tiene la percepción de que hayan pegado tanto como Depeche Mode o Green Day, pero aquí están con una extraña mezcla de sonidos amables y algún disturbio. Kings of Leon es una banda de Nahsville. Con su álbum «Youth and young manhood», 2004, llamaron la atención de la crítica y seguidores especializados gracias a su buena mezcla de sonido sureños, garage rock y rock alternativo. En este tono siguieron con su discografía posterior, áspera y guitarrera. Sin embargo, en 2010 se publica «Come around sundown» que nos muestra a una banda acaramelada, para estadios, hasta cierto punto empalagosa gracias a canciones como «The end» o «Mary».
De su rudeza primigenia poco queda, pero gracias a comercializar su sonido, estandarizarlo, han conseguido más éxito y un público nuevo. «Come around sundawn» nos aburre sin piedad, pero invita a que la gente se amodorre y menee los brazos con sus medios tiempos y almíbar. Previsiblemente su directo apuntará a la última etapa, pero quizá la familia Followill, tres hermanos y un primo, decida que la noche también debe de ser parte de su pasado y llegue el rock y la canción briosa, guitarrera y lijosa.
La fiesta del sábado es para Green Day. La lista de invitados nos cuenta que es para muchos más, obviamente. El cuarteto de Oakland lleva 25 años en la escena, desde 1987, pero atentos a su indudable éxito internacional porque Green Day actuó en 1992 en la Kultur Etxea de Laudio y un año después lo hacía en el squat junto a Trip Inside y Une Latzak. Eran los tiempos en los que la banda tiraba de furgoneta y se recorría Europa en busca de locales alternativos.
Los del squat de Laudio fue impresionante. Y vista la historia que les esperaba, el asunto aún resulta más alucinante. De aquel jarkore punk no queda mucho en la actualidad, pero Green Day tampoco se ha deslavado en exceso. Conocen el éxito (llevan más de ochenta millones de discos vendidos) y son grandes estrellas, en términos coloquiales, pero no han dejado de componer buenas canciones y grandes melodías. Pocas pegas, en realidad, al margen de la actitud, se le puede poner a la carrera artística de Billie Joe Armstrong y compañía. Otra cuestión es el desvarío personal y la mala asimilación del éxito o del rock que haya tenido Armstrong, propenso a los problemas y los excesos. Con todo, y a pesar del complejo encaje de riqueza y punk, Armstrong continúa escribiendo letras críticas. Se posicionó contra Bush, contra la invasión de Iraq y en más de una ocasión se ha cuestionado la paradoja de tener un corazón punk y la cuenta atiborrada de dólares.
Más allá de los colosos del tiempo o de las bandas de actualidad, BBK Live suele incluir extraños nombres que en gran medida aportan la calidad de base que se le debe exigir a un festival tan amplio. Este año hay muchos nombres entre los que perder la curiosidad; en total se supera el medio centenar de propuestas, así que cómo no marearse o perderse entre tanto nombre, escenario y rincón. Entre los nombres oscuros aconsejamos no perderse la actuación de Gary Clark Jr. (29 años) El músico proviene de Texas, toca la guitarra con la habilidad, o casi, del fallecido Stevie Ray Vaughan, también toma algunas notas de otro enterrado, Jimi Hendrix. Todos seríamos felices si el viernes se le ocurriese versionar «All along the watchtower», de Dylan, pero bajo revisión de Hendrix. No obstante, el perturbador guitarrista cuenta con más de media docena de referencias para extraer repertorio y un último álbum que querrá presentar al carecer de canciones estrella desde que comenzara a grabar por 2004.
En «Blak and blu», del año pasado, cuenta con «When my train pulls in» y «Third stone from the sun», entre las dos puede completar veinte minutos apasionantes. En la primera nos recuerda a Robin Trower, otro gran guitarrista. Gary Clark Jr, músico, guitarrista y actor, arrimado ahora a una modelo australiana, es un desconocido entre nosotros, pero va a sorprender con su blues-rock y soul-rock. Esperemos que le dé por los temas guitarreros, por ese lado dejará petrificados a quienes se arrimen a su escenario.
El jueves aconsejaríamos que los aficionados a la música emocional, de raíz, no se pierdan la actuación de un tipo llamado Charles Bradley. Este músico de color nace en 1948 en Florida, aunque de niño la familia se traslada a Brooklyn, donde crece entre calle y calle. Él quería ser James Brown, aunque la vida se la terminara ganando con oficios varios. A su hermano se lo cargaron a balazos. A él le echaban de un lugar y de otro, pero un día de 2002 el codirector del sello Daptone Records le vio cantar en un bareto y se quedó perplejo. Desde entonces ha grabado varios single y dos elepés impresionantes. Ahora presenta, a sus 64 años, «Victim of love», un pedazo de disco admirable. El soul de Bradley va a ser de lo más grande del BBK Live.
Tampoco olvidemos a Hactivist, rock sucio alternativo que promete ser uno de los puntos musicales de mayor divergencia del festival. The Bots es un dúo de 15 y 17 años muy curioso. Batería y guitarra al estilo de unos Black Keys. Sus canciones son adultas, abrumadoras para esas edad.
Como cada año la única manera motorizada da acercarse a las campas del festival pasa por el taxi, con mayor o menor acercamiento al festival dependiendo de la hora, del tránsito de paseantes. Los autobuses parten de Capuchinos, al lado de San Mamés y son gratuitos. Dejarán a los aficionados al lado de la antigua fábrica de Beyena, por lo que habrá que caminar 800 metros hasta el festi y cuesta arriba, un paseo relajante con las vistas. Por otra parte, se puede aparcar en el BEC y además de al lado de la estación del metro de Ansio, también junto al BEC habrá un punto de partida de autobuses municipales para la margen izquierda. La frecuencia de autobuses está en consonancia con los horarios del festival y los momentos de previsible más apogeo de seguidores. El regreso se realiza desde Beyena. Además, este año, algo que no sucedía desde hace tres, Metro Bilbao contará con horario nocturno el jueves.
P.C.
Las campas de Kobetamendi y su entorno más inmediato ha cambiado bastante desde que el BBK Live comenzó su andadura hace ocho años. El asunto del cámping ha sido un problema año tras año y en 2012 las tiendas terminaron desparramadas hasta por el suelo de un campo de futbito metros abajo. Cada campista se buscó la vida como pudo. A este problema cada año se le ha dado una solución diferente. La decisión de trasladar el cámping este año al monte Arraiz nos deja helados, pero tampoco sabemos si es una locura o un acierto. Los hechos son que no habrá problemas de espacio y que se contará con todos los servicios, excepción de corriente eléctrica. Según describe el Ayuntamiento, se trata de una «zona verde, natural, con 7.000 árboles y con una superficie total de 340.000 metros sobre superficie llana, de los cuales 120.000 se destinarán a la nueva zona de acampada, con aforo para casi 20.000 personas con respecto a las 5.000 que se acogieron en 2012». Lo de los árboles es una exageración o literatura, pues la mayoría de ellos no han crecido aún. Y si los quieres frondosos hay que salir del área de acampada. La superficie llana no era tal cuando la visitamos hace un año en paseo, pues las pisadas de las vacas habían perforado metros y metros de terreno y la hierba no proliferaba, pero han podido mejorar las cosas. Desde Kobetamendi hasta Arraiz hay autobuses lanzadera que deberán salvar desniveles de hasta un 13% y un km de distancia. En fin, una aventura (el lugar es singular) de la que no cabe imaginar qué pensará el campista hasta que pase la prueba de los tres días.
P.C.