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análisis | golpe de estado en egipto

El aval occidental al golpe es una muestra de la mentalidad colonial

Tras una introducción histórica imposible de recoger por problemas de espacio, el autor pone el foco en las rémoras colonizadoras que persisten en la sociedad egipcia y en la hipocresía de Occidente a la hora de analizar las consecuencias del golpe de Estado. De los casi 100 millones de egipcios, más de la mitad sobrevive con menos de dos dólares diarios. Los militares se han reservado el derecho a tutelar las instituciones y la sociedad civil tiene obligatoriamente que acatar sus órdenes, pues el que carga las armas es quien manda

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Carlos de URABÁ | «Rebelión»

En el inconsciente colectivo del pueblo egipcio se ha inoculado el virus de la baja autoestima y ese complejo de inferioridad propio de las sociedades colonizadas donde se considera a los nativos incapaces de regirse por si mismos. De ahí que precisen de una autoridad suprema que los dome a latigazos. Por ejemplo, en las películas egipcias se presenta al musulmán como un personaje de grandes bigotes, rostro perverso vestido con chilaba, fez o turbante, que encarna el mal, mientras el bueno es un actor de corte occidental bien trajeado y de modales exquisitos. Las clases altas son racistas, odian a su pueblo, odian a sus ancestros, odian lo que representa el islam al que califican de «doctrina medieval incompatible con la civilización y el progreso».

La laicidad y secularismo son conceptos exclusivos de las clases medias ilustradas; los intelectuales, profesores y estudiantes prooccidentales que hablan un inglés fluido, dominan la tecnología y son capaces de amplificar sus demandas a través de los medios de comunicación de masas. Pero Egipto no es El Cairo o Alejandría, Egipto es el país musulmán más importante de la Umma, habitado en su mayoría por trabajadores, obreros, campesinos; gente pobre y humilde de tendencia ultraconservadora y sumidos en la más absoluta ignorancia.

El centralismo cairota es una de las lacras más infames. Los capitalinos controlan el ámbito político, cultural, económico y empresarial. Los cairotas son odiados por los pobladores del alto Egipto, por los beduinos del Sinaí, por los Nubios de Assuan, por las tribus del desierto porque los han despojado de sus tierras y su patrimonio condenádolos a la esclavitud.

Esas castas de burgueses y terratenientes en alianza con las Fuerzas Armadas, que es la mayor empresa de Egipto pues controla sectores como el petróleo, el cemento, la industria textil, el turismo, el sistema educativo o el sanitario, son los nuevos faraones a los que hay que reverenciar.

Se repite la historia de lo que aconteció en Argelia en 1989 cuando el FIS (Frente Islámico de Salvación) ganó las primeras elecciones libres obteniendo el 54% de los votos. Dos años más tarde en las legislativas consiguió 188 escaños en la Asamblea, es decir, la mayoría absoluta. Lo que llevó a los generales del FLN a suspender el proceso electoral y detener a sus dirigentes aduciendo que eran «un peligro para la democracia». Los países occidentales, con Francia a la cabeza, estuvieron de acuerdo con tal medida pues las fuerzas islamistas representaban «una amenaza a la paz y la libertad del mundo civilizado». Este golpe militar causó una sangrienta guerra civil que dejó más de 200.000 muertos.

Los expertos occidentales afirman que el islam político es incompatible con la modernidad, que el islam es un obstáculo para el progreso y es enemigo de la democracia. Por el contrario el judaísmo o el catolicismo son religiones de principios «éticos y universales». El terrorismo sionista es positivo pues se justifica en defensa de la paz y la libertad de nuestra civilización. Tampoco hay ningún inconveniente en aceptar el catolicismo político al que pertenecen gran cantidad de partidos europeos o norteamericanos. En España el núcleo del PP en el gobierno lo componen miembros del Opus Dei, una secta cristiana de inspiración fascista; en Italia o Francia o Alemania los partidos de derecha o ultraderecha también tienen un honda raíz cristiana.

Occidente exige a los islamistas que se moderen, que respeten el estado de derecho, la libertad de expresión y la independencia de las instituciones. En todo caso los ciudadanos les han otorgado su voto de confianza pero de manera deliberada se les ha criminalizado.

Ningún gobierno occidental ha condenado el golpe militar, los que pregonan la defensa de los derechos humanos y la voluntad popular guardan un silencio cómplice. Nadie se ha preocupado por la suerte de Mohamed Morsi, presidente constitucional y legítimo, ni la de su gabinete arrestados en el cuartel de la Guardia Republicana.

Se acusa a Mohamed Morsi de mezclar política y religión, de no haber podido resolver la crisis económica, el creciente desempleo, el alza de precios de los artículos de primera necesidad y del petróleo. Además se ha recrudecido la criminalidad y las bandas delincuenciales conformadas por los antiguos miembros del servicio secreto de Mubarak campean a sus anchas. Los miembros del antiguo régimen, sus viejos camaradas, la cúpula del estado, la administración, los jueces y la mafia institucional siguen conspirando.

Se pretende que en apenas un año se saque a flote un país que ha sufrido el latrocinio y el expolio durante siglos. El gobierno de Mohamed Morsi ha sido boicoteado desde un principio por los partidos de oposición entre los que hay que resaltar los cristianos coptos, el movimiento 26 de Enero, los nostálgicos del antiguo régimen de Mubarak, los nasseristas de izquierda, el Doustur, o la corriente Popular (el-Nour de los salafistas se ha desmarcado tras la matanza cometida por la Guardia Republicana en la víspera del ramadán).

Desde hace meses venían preparando el golpe cívico-militar unificados en torno al Frente 30 de Julio o Tamarrud. EEUU y la UE estaban al tanto y dieron luz verde al nombramiento del abogado Adli Mansur como presidente de facto y al premio Nobel de la paz El Baradei (un completo desconocido para el común de los egipcios) como vicepresidente. Tan ilustres personalidades, sabios de reconocido prestigio que gozan con el respaldo de Occidente serán los encargados de dirigir la transición.

Es increíble que un premio Nobel de la Paz sea el instigador de asonadas y matanzas más propias de un bárbaro criminal.

Egipto se ha quedado sin constitución, sin parlamento, sin judiciatura ni presidente. La contrarevolución ha triunfado. Ahora los golpistas prometen que van a convocar elecciones libres en el menor espacio de tiempo. Lo más seguro es que los Hermanos Musulmanes vuelvan a ganarlas a no ser que los ilegalicen. En Egipto, nos guste o no, el islamismo es la fuerza mayoritaria y no respetar el resultado de las urnas es una demencial provocación que puede desencadenar una pavorosa guerra civil de impredecibles consecuencias.

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