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Reportaje

Froome, desde las planicies de Kenia hasta las cumbres

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AFP | AX-3 DOMAINES

Chris Froome ha trazado a fuerza de abnegación su camino desde su Kenia natal hasta donde exprime al máximo su potencial hoy en día. El británico se ha convertido en el centro de atención principal, pero durante mucho tiempo este corredor larguirucho (1,86 m. y 69 kg.), de tez clara y ojos azules, ha sido uno más de los muchos ciclistas anónimos del pelotón.

El gran público le descubrió el año pasado cuando, como compañero de Bradley Wiggins, llegó a parecer más fuerte que su líder. En la montaña llevaba a Wiggins con una facilidad desconcertante, e incluso estuvo a punto de dejarle en la subida a La Toussuire. Y en las contrarrelojs rivalizaba con los mejores, a excepción de Wiggins.

Compañero modelo, eludió con calma cualquier polémica cuando se ponía en cuestión cuál de los dos debía ser el líder del equipo. Y esperó su momento. El Tour 2013, al que se asomó el sábado en la primera etapa de montaña, podría significar la consagración para este «keniano blanco» en su fantástico periplo. «La bicicleta fue mi primer medio de transporte. Dondequiera que iba, era en bicicleta. De hecho, yo vivía montado en mi bicicleta», recuerda el ciclista de 28 años, nacido de padres de ascendencia británica y que vivió los primeros años de su vida en Kenia. «Pero no me lo tomé en serio hasta que me mandaron a una escuela en Sudáfrica, cuando ya era un adolescente. Allí ya me di cuenta de que el ciclismo era un verdadero deporte, empecé a correr y fui progresando en la categoría amateur».

Aunque primero empezó practicando BTT, después le cogió el gusto a la carretera, participando en las competiciones con licencia keniana en el equipo del Centro Mundial de Ciclismo que reúne en su seno a corredores prometedores de los llamados países en desarrollo.

«Un diamante en bruto»

«Cuando corría en África del Sur, las carreras no le gustaban, porque eran demasiado cortas o demasiado rápidas. En Europa, donde las carreras son más duras, encontró la felicidad», recuerda el sudafricano Daryl Impey, que fue su compañero de equipo en el Barloworld en los años 2008-2009, y que curiosamente se convirtió hace unos días en el primer corredor africano en vestir el maillot amarillo del Tour, relevado unos días después por el segundo, el propio Chris Froome.

Con el equipo sudafricano accede al gran mundo del ciclismo y descubre carreras como la Lieja-Bastogne-Lieja, París-Roubaix, la Flecha Valona... «Me parecía surrealista participar en carreras que solo había visto en la televisión, junto a corredores que solo conocía por las revistas -comenta el propio Froome-. Fue una revelación».

«En Barloworld hizo una increíble cantidad de kilómetros. ¡Siempre nos decía que quería convertirse en un corredor de grandes vueltas y nosotros pensábamos que no lo conseguiría jamás!», añade sonriendo Impey. En 2008 acaba su primer Tour en una honorable pero anónima 84ª posición.

Su fichaje en 2010 por el nuevo equipo británico Sky, que vio en él «un diamante en bruto, listo para ser tallado y pulido», sería decisivo. Con un sistema de entrenamiento a la vanguardia de la tecnología, desarrolló sus cualidades como escalador y rodador, después de haber sido tratado de una esquistosomiasis, una enfermedad parasitaria contraída en África que no se puede curar totalmente.

Desde 2011, Froome va encadenando buenas actuaciones, en particular su segunda posición en la Vuelta delante de Bradley Wiggins, que partía como su líder, superándole incluso en una contrarreloj (en Salamanca, la 10ª etapa) después de una etapa de montaña (La Covatilla). En 2012 respetó las directrices del equipo y acabó segundo el Tour, con la esperanza (¿o quizá la promesa?) de que pronto se vería como líder.

Con el perfil montañoso de esta edición, el Sky no tenía más remedio que convertirle en su líder. El pasado sábado, el primer final en alto en Ax 3 Domaines se convirtió en su trampolín hacia la victoria.

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