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Antxon Lafont Mendizabal | Peatón y empresario

Verano

El espectáculo del castigo es más deseado que la solución a los problemas. Mea culpa, mea máxima culpa. Un Padre nuestro, tres avemarías, la penitencia Parot y a correr ¿Cómo se puede nombrar a un miembro de un partido presidente de una institución como el TC que tendría que situarse por encima de los partidos? Eso es la marca España. Donde no hay mata, no hay patata

Los editores saben que las lecturas del verano se limitan a «pasar el rato» sin riesgo de solicitar reflexiones profundas. Hasta los hechos noticiables se ponen en semireposo. No nos despertéis de nuestro letargo «reparador», tan hábilmente amueblado por decisiones de gobernanza cuya transcendencia valoraremos cuando las ilusiones que nos queden se recojan en otoño como las hojas secas muertas, a paladas à la Prèvert.

Más que en otra época del año, el periodismo de la piel de toro tendría que tomar ejemplo del anglosajón, limitándose a contar historias y confiando en la capacidad de reflexión del «cliente» que capitaliza tantas estimaciones variables de la objetividad como seres humanos a los que se intenta informar o formar o moldear. ¿Quién pretende informar? La respuesta parece evidente. Simplificando, aparece el que cree saber pero en realidad ignora, le sigue quizás alguna persona más incalificable, cuyo esoterismo, hábilmente expuesto, da la impre- sión de dominar el tema, tan complejo que ni él se comprende. Coluche, cómico sabio (pleonasmo) caracterizaba a algunos instruidos como seres que respondiendo a tus interpelaciones te hacían no comprender tus propias preguntas.

No olvidemos la tercera categoría del ignorante a menudo sorprendido con el dedo en el tarro de mermelada. En esa condición nos situamos muchos peatones, junto a sociólogos y economistas excelentes narradores, en general, de hechos pasados que intentan también explicar con más o menos éxito. Su público habitual ya les ha atribuido la deseada consideración de pitonisas de un futuro en el que no quieren entrar ni de puntillas. En realidad casi todos los humanos somos así, fascinados por el futuro. Parece mentira que la experiencia no nos haya convencido todavía de que no hay nada más clónico del pasado que el instante futuro.

Las variantes son debidas a la capacidad, más o menos acertada, de salpimentar lo que pensamos que va a llegar. La vida es demasiado corta para vivir sosadas, que para eso basta el verano de los de más de cuarenta años que compran las previsiones de futuro en el chiringuito más cercano.

En vez de recibir a nuestro paso los mismos cubos de agua, llenos de cinismo -otra forma de corrupción- ¿por qué no dejar durante el verano la redacción de los medios de comunicación a las y los de menos de 25 años, sin influencia de sus mayores tan necesitados a veces de cambiar de aires? Se reservarían, a los redactores alérgicos al sol, las páginas dedicadas al futuro estructurante inmediato, es decir, las páginas de los fichajes deportivos de cualquier disciplina.

Pedimos a los políticos que solo nos sorprendan y nos despierten cuando tengan algo que decidir a favor del bienestar, es decir, muy pocas veces en el universo wertiano-pantojero de la cultura carpetovetónica.

Deseamos que en verano no sometan a nuestra reflexión temas determinantes para el futuro de nuestro entorno.

Sin que el mes de julio se haya acabado, y en plena resaca de San Fermín, nos envían la noticia aventada de que hay partidos políticos que desde su creación se finanzan ilegalmente, ¡qué horror! Nos enteramos ahora, tiempo después de haber creído como Averroes que la charia madrileña no es una ley positiva, en el tiempo y en el lugar, sino una norma fundamental, reguladora. La sabiduría filosófica, siempre según Averroes, sería una palabra argumentada, la ley «divina» irradiaría por ser inspirada. Cito a Averroes por su amplitud de miras sobre conceptos situados entre lo divino y lo humano, y por su mentalidad tan en las antípodas de la actual visión ibérica.

Seguimos con los horrores revelados estos días que nos impiden dormir si no recurrimos a la perniciosa y amodorrante química. Resulta que el presidente del Tribunal Constitucional era o además es miembro del Partido gobernante. Empieza ya la refriega. Parece ser que no se puede ser miembro de ese Tribunal si se es miembro de un partido político. ¡Que no!, protestan los afectados, está prohibido si se es de la directiva de ese Partido. La verdad, ¿y qué? Averroes nos diría con razón que la charia madrileña no necesita estar escrita. Otro problema cultural ¿cómo se puede nombrar a un miembro de un partido presidente de una institución como el Tribunal Constitucional, que tendría que situarse por encima de los partidos? Un país que no comprende esto no ha llegado al nivel cultural y ético, no moral, necesario al respeto de los miembros del concierto internacional. Eso es la marca España. Donde no hay mata no hay patata.

Lo peor es que muchos españoles no comprenderán esto.

Extrañan los resultados de las encuestas reveladoras de una sociedad servil sometida a protagonistas públicos hábiles, ajena a razonamientos rudimentarios y guiada por reglas jurí- dicas múltiples, verdaderos taca-tacas necesarios al equilibrio de mentalidades infantiles sin madurez. La roja ha estado en su historia más inclinada hacia la retórica de la revelación impuesta que hacia la dialéctica que estructura y enriquece la cultura de contenido universal, comprendida la espiritual, la que sea.

El otro gran problema de estos días busca la solución que permita o impida la declaración en sede parlamentaria de un primer ministro sobre corrupciones diversas. ¿Qué quieren que diga que no conozcamos? En verdad, se trata de asistir a conferencias públicas de arrepentimiento. ¿No os recuerda nada actualmente vivido en nuestra Euskal Herria?

El espectáculo del castigo es más deseado que la solución a los problemas planteados. Mea culpa, mea máxima culpa. Un padre nuestro, tres avemarías, la penitencia Parot y a correr.

Esa es la verdadera marca España vista desde el mundo y en particular al norte de los Pirineos y al Oeste de Lusitania.

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