Stella Calloni | Periodista, militante revolucionaria argentina
«Sandino anda con nosotros»
«No olvides lo que te digo. Este es el inicio de la ofensiva final. El Frente (sandinista) tomará el poder al fin, no tenemos duda, ya lo verán. Este anuncio será historia»
Cuando las campanas de la Iglesia de la ciudad de Matagalpa, la más importante del norte de Nicaragua comenzaron a repicar, llegando el sonido hasta las montañas cercanas, eran las seis y media y amanecía. En ese momento todos supimos que había caído la última defensa del somocismo en el interior del país.
Era el 2 de julio de 1979 y en ese mismo momento pensé en que poco menos de dos años atrás, el 17 de noviembre de 1977 había entrevistado en la clandestinidad a dos dirigentes del Frente Sandinista de Liberación Nacional, líderes del Estado Mayor Rigoberto López.
Eran Eduardo Contreras, hermano de uno de los fundadores del Frente Sandinista, que había luchado junto a Carlos Fonseca, y Lenín Cerna, quien luego sería jefe de la Seguridad del Estado del gobierno del FSLN. Pero estos nombres no se podían mencionar entonces.
«A partir de este momento nadie tendrá rostro para nosotros». En una casa de los suburbios nos esperan dos hombres jóvenes con el rostro cubierto con medias negras. Son medidas de seguridad. La casa está semioscura. En una habitación al lado alguien lee en voz alta: «poseemos un mismo sol, una misma miseria nos cobija»... Es poesía nicaragüense. Nicaragua es el país pariente de la poesía. Sandino y Cardenal son la misma poesía en otro tiempo, en otro ritmo, en otras idénticas trincheras. Pregunto -¿cuál es tu trinchera ahora?- al responsable militar de la Unidad de Combate Amanda Espinosa. Está herido y camina con dificultad. Me respondió con tranquilidad y una seguridad asombrosa: «Este es el inicio de la ofensiva final», describiendo las acciones planificadas.
Entendí entonces que los medios estaban ocultando los grandes avances del Frente Sandinista. Al terminar la entrevista, que apareció además por la televisión estatal de México, el dirigente me advierte: «No olvides lo que hoy te digo. Este es el inicio de la ofensiva final, que comenzó el 13 de noviembre pasado en la zona centro y occidente. El Frente (sandinista) tomará el poder al fin, no tenemos duda, ya lo verán. Este anuncio será historia».
Y lo fue. Nunca hubiera pensado que esa ofensiva no se iba a detener más. Y cuando ese 2 de julio caía Matagalpa, el último reducto de la larga dictadura de Anastasio Somoza (de los Somozas) sabíamos que su derrumbe era cuestión de días.
El 16 de julio, el FSLN recuperaba Estelí. Los chavalos (muchachos) festejaban con una alegría cargada de esperanzas. Veíamos un pueblo levantado, insurgente, que combatía con lo que tenían, escopetas de caza, palos, piedras, los rostros cubiertos con pañuelos. Había una decisión heroica de no volver un paso atrás.
Somoza había viajado a Guatemala en esos días a buscar ayuda, pero el 17 de julio ya había decidido renunciar cuando la revolución estaba a las puertas de Managua. Bajo la lluvia, miles de combatientes y habitantes, con las armas levantadas y banderas rojinegras, festejaron hasta el amanecer. Ese día, el comandante Tomás Borge, el único sobreviviente entre los fundadores del Frente Sandinista, y nombrado Ministro de Interior del gobierno popular, presentó a los miembros de la Junta. Estaban a pocas horas de alcanzar «el cielo con las manos» como diría Borge, antes de llegar a Managua, el 19 de julio de 1979.
Fui testigo de la continua fiesta que siguió a aquellos primeros días del triunfo. Todo comenzaba a renacer. Todo era nuevo. La imaginación que había sido una fuerza poderosa en la guerra, ahora debía serlo en la reconstrucción de un país destruido.
Jamás había pensado que iba a ser parte de esa guerra, que iba a ver el derrumbe de una dictadura de 43 años y menos aún que iba a vivir el nacimiento de una revolución, que comenzó cambiándolo todo, y desde la nada. Pero tampoco que en esos días iba a conocer a los ancianos sobrevivientes de la guerra que ganó Augusto César Sandino a Estados Unidos, con todo su poder a principios del siglo XX.
El más anciano me mira y dice «con mis muchos años nunca creí que iba estar comiendo los frijolitos de la libertad. Sandino anda con nosotros, aunque usted no lo vea está ahí mismo en la polvareda. Está en la cabeza de los chavalos, que hicieron la libertad. Hemos enterrado muchos jóvenes por allá arriba, que mataron los perros (la Guardia Nacional). Los hemos escondido en los viejos lugares que guardamos desde los tiempos de Sandino. Ellos tendrán muchas armas, pero nosotros tenemos muchos amores como decía Sandino. Con eso se ganan las guerras justas porque no hay nada más justo para un hombre que pelear por su patria, que es pelear por los pueblos». Su voz se quebró entonces y yo me fui pensando que junto a ellos y a esa Nicaragua revivida por el soplo de un pueblo heroico, estaba viviendo un momento de la juventud del mundo.