Un rey, dos naciones
La monarquía en Bélgica no es una figura irrelevante y decorativa, sin poder ni influencia. Eso sí, como todas las monarquías, representa una institución antidemocrática, basada en el privilegio y el patronazgo, un anacronismo que debería ser abolido. En el caso belga puede decirse, además, que fue una producción improvisada. Cuando los fundadores del país decidieron que necesitaban un rey, se fueron de compras por Europa buscando un candidato adecuado. Tras ser rechazados por la familia real francesa, se decidieron por un aristócrata alemán «en paro», el príncipe Leopold de Sajonia-Coburgo-Gotha. La dinastía vivió ayer la abdicación del octogenario rey Alberto en favor de su hijo Felipe, en medio de un escándalo sobre una paternidad secreta que copa todas las revistas y tabloides belgas. Ahora que la reverencia e incluso el respeto a la monarquía cae en picado, ambos se esmeraron en presentarse como el símbolo de una Bélgica unida, como la última garantía para evitar una inevitable «muerte» como Estado unitario que cada vez parece menos exagerada.
El nuevo rey tiene la tarea imposible de reinar en un Estado en evaporación evolutiva, discapacitado para encarar el futuro de manera unitaria, donde la parálisis política puede llegar al punto de dejar al país, como ocurrió tras las elecciones de 2010, sin Gobierno durante casi dos años. La división entre Valonia y Flandes va más allá de la lengua o la cultura. Están constituidos de facto como dos sujetos políticos diferenciados, con los flamencos especialmente pensando y actuando en clave de nación, y seguros de que la lenta implosión de Bélgica es una cuestión de tiempo. Flandes y Valonia, cada vez más alejadas de todo propósito común, solo parecen unidas en una cuestión: dejar pudrir la situación para que esta sea abono de una nueva realidad que en el caso flamenco apunta hacia la independencia con una hoja de ruta clara.
Al arte de buscar soluciones que plazcan a las distintas partes se le suele conocer como el «compromis á la belge». Difícilmente podrá el rey Felipe apelar a él para perpetuarse en el trono. No podrá ser rey en dos naciones. Y en ausencia de otras soluciones, el divorcio civilizado entre Valonia y Flandes es lo más sensato.