El estallido de la ola de violencia generado por la desesperanza en Trappes implica esta vez al islam
GARA | PARÍS
Desempleo, grandes ciudades, un control de Policía que degenera... la ola de violencia urbana que estalló en Trappes, cerca de París, el fin de semana se inscriben en un contexto de «terrible banalidad» salvo por un detalle: esta vez, el incidente desencadenante implica al islam.
A algunos kilómetros del Palacio de Versalles, Trappes es una localidad pobre de 30.000 habitantes en un departamento rico. En 2010, la mitad de sus hogares vivía con menos de 13.400 euros anuales frente a los 25.000 euros de los alrededores, y el paro rozaba el 15%.
«Este escenario es de una banalidad espantosa», asegura el sociólogo Michel Kokoreff: «es una ciudad que acumula problemas, donde la gente tiene un profundo sentimiento de abandono».
Sobre este fondo de «desesperanza», cientos de personas se manifestaron ante la comisaría el viernes por la tarde, lanzando objetos, quemando coches y rompiendo mobiliario urbano. Las dos noches siguientes se registraron incidentes esporádicos. Los manifestantes protestaban contra la detención el jueves de un joven que se opuso a que su esposa, que vestía velo integral, fuera sometida a un control por la Policía.
«Cada vez que hay violencia urbana está ligada a una operación policial», dice Véronique Le Gloaziou, especialista en suburbios y violencia. «Esto muestra cómo la relación entre los habitantes de los barrios y la Policía es problemática».
El mayor punto de crispación lo constituyen los controles de identidad, que «a menudo son vividos de forma vejatoria», sostiene. Un negro tiene entre tres y once veces más probabilidades de ser detenido por la Policía que un blanco, y un magrebí, entre dos y quince veces, según una encuesta de 2009.
En este caso, los expertos apuntan «un elemento singular»: el control que provocó la ola de violencia se refería a una mujer que vestía un velo integral, ilegal desde abril de 2011.
«La tensión se mueve en el ámbito del islam, lo que refleja una crispación general sobre esta cuestión», afirma Kokoreff.
Desigualdad y salafismo
Para Dunia Bouzar, antropólogo de la religión y autora del libro «La República o el burka», «en los últimos años hay un aumento del sentimiento de persecución por parte de los no musulmanes, que sienten que el islam impone sus normas, y de los musulmanes, que siempre se sienten estigmatizados».
En este contexto, emergieron movimientos radicales, sobre todo en Trappes, localidad con una gran población musulmana conocida por abrigar redes con una concepción rigorista del islam.
«Estos nuevos movimientos religiosos se alimentan de las desigualdades y frustraciones -explica Bouzar-. Cuando las personas sienten que no tienen su lugar en la sociedad, el discurso salafista da la vuelta ala situación y les infunde un sentimiento de omnipotencia».
Estas redes son una minoría. De los tres jóvenes detenidos en Trappes que fueron llevados ayer ante el juez, solo uno, un francés convertido hace tres meses, lleva barba.
Pero aunque la mayoría de los musulmanes no está de acuerdo con la interpretación rigorista del islam y no admite el uso del burka, «conforman una alianza porque se han producido muchas agresiones contra los musulmanes y el Gobierno ha reaccionado con lentitud», agrega Bouzar.
Según el Observatorio de la Islamofobia, los actos antimusulmanes (pintadas, vadalismo en mezquitas, ataques verbales o físicos a mujeres con velo) aumentó de 28% en 2012.