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CRÍTICA CLÁSICA

Mena, obstinada mente bueno

Mikel CHAMIZO

El programa propuesto por Carlos Mena para su visita a la Quincena Musical fue precioso pero también exigente. Nada menos que una hora y tres cuartos, sin descanso, de piezas basadas en ostinati: grounds, passacaglias y chaconas, es decir, músicas construídas en base a la repetición constante de una fórmula melódica o armónica en el bajo. Es verdad que sobre esta base inmutable suceden muchas cosas en la voz del cantante y en el contrapunto instrumental, que varían constantemente, pero un programa planteado exclusivamente en torno a músicas que vuelven sobre sí mismas corre el riesgo de volverse tedioso. Y probablemente lo hubiera sido de no ser por la calidad de Carlos Mena, un contratenor de depurada técnica que tiene el don de saber decir aquello que canta y la inteligencia para dotar de una evolución dramática a estas piezas tan repetitivas. Hipnóticas fueron las canciones e himnos de Purcell, cuya sobria melancolía parecen adaptarse especialmente bien a su timbre de contratenor, de gran virilidad. Pero donde Mena desplegó todo su talento fue en una segunda parte italiana, de calidad musical más irregular, en la que puso en práctica todo tipo de recursos expresivos, desde el más recogido suspiro de la cantata religiosa de Ferrari a las alegres agilidades del «Voglio di vita uscir» de Monteverdi.

 

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