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Alberto Pradilla | Periodista

Terroristas

Cada vez que alguien anuncia una cruzada «contra el terrorismo» suele significar que va a cometer alguna atrocidad. El «terrorista», en abstracto, es una figura tan moldeable, tan difusa y que llama tanto a no hacerse preguntas, que cualquiera puede convertir en terrorista a síntesis y antítesis sin que le tiemble la voz al contradecirse. El grito lo aguanta todo y de eso sabemos mucho en Euskal Herria. También en Oriente Próximo. No hace falta más que recordar las palabras de George W. Bush en 2002. «Las fuerzas del extremismo y el terrorismo están intentando matar el progreso y la paz asesinando a inocentes». Hablaba en el contexto del 11-S y hacía referencia a Palestina. Eso es lo de menos. En diferentes situaciones, la misma frase sirve para justificar cualquier barrabasada.

En las últimas semanas, la «lucha contra el terrorismo» es la base de toda la propaganda golpista. Lo paradójico es que, en este caso, todo el discurso se basa en hipótesis. En lo que los Hermanos Musulmanes «harían si» o «estarían dispuestos a hacer». Hace ocho meses, cuando los militares y sus aliados ensayaban la asonada, ya avisaban sobre el futuro califato islámico que aguardaba a la vuelta de la esquina. Ahora, con un millar de muertos sobre la mesa, piden apoyo en su «lucha contra el terror». Hay que ser cínico para advertir sobre los actos sanguinarios que cometerá un grupo en el mismo momento en el que le estás ametrallando.

Los Hermanos Musulmanes no son angelitos. Y algunos de sus portavoces han jugueteado con la dialéctica del «nosotros o el caos» con un ojo puesto en el Sinaí, donde actúan grupos yihadistas anteriores al Ejecutivo de Morsi. Pero, con los militares atornillados en el poder y la Cofradía asediada, yo me pregunto: ¿no estarán buscando precisamente que cojan las armas? ¿cuánto tiempo pasó en Argelia desde que el FSA fue inhabilitado hasta que se desató la carnicería? ¿A quién interesa este escenario? Existe una lógica que me espanta. El Ejército (el segundo con mayores ayudas de EEUU tras Israel) expulsa a los Hermanos Musulmanes. Los machaca. Y si alguno de sus sectores reaccionase con violencia, se les convierte en «terroristas» por futuros actos que no hubieran cometido si su gobierno, obtenido legítimamente, continuase. Como John Lee Anderson escribía en «The New Yorker» comparando los golpes contra Allende y Morsi, «los islamistas de hoy pueden ser los marxistas de ayer: asesinables en pro de construcciones teóricas de la Ley y el Orden».

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