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Manuel Millera | Miembro de Attac Navarra-Nafarroa

186 escalones

En el momento de la visita te aturden las frases y las imágenes, te hundes en el recuerdo de un tiempo tan negro como la cruz gamada Alemania o Argentina han intentado lavar su ropa sucia, aunque sea tarde y con poco jabón. Pero aquí, el franquismo sigue tan vivo como siempre

Todos conocían la cifra de memoria. La escalinata tenía y tiene once pisos, la altura que debían ascender los presos al subir de la cantera. Mas otros 300 metros de distancia cuesta arriba, en un desnivel de otros 7 pisos, 18 en total. Cada día hacían este recorrido cargados unas 10-12 veces, siendo afortunados. Los que no, rodaban por los escalones, por su debilidad o las agresiones de los kapos (presos comunes alemanes con derecho a todo tipo de abusos), hasta terminar aplastados o empujados al vacío. Cada una de las piedras de aquellos escalones tiene sangre de un republicano español. A 20 km de Linz, a orillas del gran río, el mismo Danubio azul que canta el cursi vals de los vencedores del imperio austro-húngaro, hay un pueblecito, hoy con fachadas decoradas en merengue de avellana y una bonita piscina publica; ayer, con olor a carne quemada.

Cuando alguien visita el campo de Mauthausen-Gusen se le queda la garganta seca y la sonrisa petrificada durante unos días; las imágenes vistas se te quedan grabadas a cincel en la retina, con el mismo martillo que usaron los concentrados para tallarlas. Pecado: ser considerados por las SS, «parásitos de la sociedad» por su nacionalidad, raza, religión, creencia política u orientación sexual. Horario: Despertar a toque de campana sobre las 5 h, de 6 a 12 y de 13 a 19, trabajos forzados; en los descansos, agua negruzca con un poco de pan y muchos golpes. Un pijama de rayas, un numero por nombre y un triángulo donde el color y la inicial identificaban «delito» y nacionalidad.

Debían llevar encima una piedra de unos 20-25 kg al hombro, sin mas ayuda que sus manos, cuando su propio peso corporal era de unos 45 kg de media. En la actualidad, alguien había colocado una piedra así en el inicio de la escalera, para algún valiente. Me la quedé mirando, mientras ella me sostenía la mirada, entre desafiante e incrédula. Aprovechando que me encontraba solo, me la eché al hombro como pude, pero no tuve el valor, ni la fuerza de subirla, ni una sola vez. El día, por encima de los 30º no ayudaba, pero yo estaba tranquilo, bien alimentado y descansado, sin ninguna amenaza. La dejé donde estaba, y me limité a subir dos piedrecitas como el puño en homenaje a los caídos de este infierno. Dice Joan De Diego, en el documental «Mauthausen, el deber de recordar» que vivían perseguidos por una sombra invisible. En el momento de la visita te aturden las frases y las imágenes, te hundes en el recuerdo de un tiempo tan negro como la cruz gamada, pero a los pocos días, rebobinas y llegas a una conclusión que te taladra los sesos.

Lo terrible no son sólo los 7.000 españoles que fallecieron allí, o los 105.000 exterminados. Los reclusos fueron obligados a construir su propia cárcel, como otra forma de humillación, física y moral. Las múltiples formas de exterminio, que no vamos a relatar para no amargar más al lector. Los montones de cuerpos esqueléticos, empujados por máquinas para ser escondidos en una fosa común, o los que empujados o voluntariamente se electrificaron en las alambradas para dejar atrás el sufrimiento, el hambre, el frío, y el miedo. Cuando la muerte es casi una salvación, una huída.

En el espacio exterior, entre el campo y la cantera, se ha levantado un memorial como recuerdo, para que no se repita. Una de las obsesiones (y tenían muchas) de los republicanos, era que uno sólo de ellos pudiera quedar vivo para contarlo, que no quedase enterrado como un cuerpo más. Tuvieron el valor de esconder unos carretes de fotos, que luego, fueron importantes en el proceso de Nurenberg. Hasta 19 monumentos de variadas formas, material o diseño, han sido erigidos en este lugar. Francia fue el primero, en 1949. En medio del sofoco de un mediodía desértico, buscamos alguna escultura que nos resultase cercana, pero no fue fácil, era la más pequeña de todas.

Entonces te das cuenta de lo más terrible de todo. Ningún Gobierno español, en estos 68 años, ha movido un solo dedo para homenajear a aquellas 7.000 víctimas. El monumento que recuerda a quienes construyeron aquel campo, (soportando 10 años de angustia, la guerra española, el olvido francés en otros campos, la lucha antifascista contra Hitler, y la reclusión en campos de exterminio alemanes) es el más modesto.

Y además, cuando polacos, rusos o húngaros regresaron a sus casas después de la liberación el 6 de mayo del 45, ellos no pudieron porque según Franco, no había españoles fuera de España. No tenían nada, ni siquiera un país; cada uno buscó su propia alternativa.

El monumento que recuerda a los republicanos fue costeado por ellos mismos, sin ningún tipo de ayuda, y tiene la misma dignidad, pero es en apariencia física, el más humilde. Entonces uno recuerda la sonrisa cínica de Aguirre, la mueca burlona de Aznar, o la deliberada pose ausente de un gallego de barba blanca, quienes no tienen intención alguna de poner en el banquillo al otro gallego del Ferrol. O ese otro partido que tiene entre sus filas a miles de represaliados o asesinados. Y recuerdas también que Alemania o Argentina han intentado lavar su ropa sucia, aunque sea tarde y con poco jabón. Pero aquí, el franquismo sigue tan vivo como siempre en todas las instituciones y seguirá así mientras no se juzguen los mas de 3.000 asesinatos de Navarra, los de la Transición, incluidos los Sanfermines del 78, etc.

Es como si el esquelético pueblo ibérico no fuese capaz de ascender los 186 escalones que le lleven a la verdadera libertad. Hay un ejercicio obligatorio que nos han impedido hacer y nos estamos dando cuenta. Mientras no seamos capaces de ello, somos esclavos de otros; antes las SS, ahora, una Europa antisocial sostenida por las mismas familias económicas de entonces, que, en 5 años, han perpetrado uno de los mayores robos legales de la historia. «El trabajo os hará libres» ponía en Dachau, lo que firma cualquier patronal. Nuestra complacencia, desunión e individualismo es su fuerza ¿hasta cuándo? Justo ahora se cumplen 50 años desde que Martin Luther King tuvo un sueño... Construir un mundo sin escalones...¿Por qué no?

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