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CRíTICA: «Paraíso: Fe»

En Centroeuropa aún existen las capillas domiciliarias

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MIKEL INSAUSTI

La tradición de las capillas domiciliarias u hornacinas se remonta a la Edad Media, entre el siglo XIII y el XIV. En Nafarroa se sigue practicando, aunque las casas a las que se lleva la imagen itinerante de la Virgen o del Santo de turno son ya contadas. Solía tener un afán petitorio, al disponer de una hucha para depositar monedas. El icono religioso iba protegido por un cristal y unas puertecitas de madera. La versión centroeuropea es mucho más austera y calvinista, al menos la que Ulrich Seidl nos muestra en «Paraíso: Fe», si bien tengo entendido que la Virgen Peregrina de Schoenstatt viaja rodeada de un mayor boato, y que su culto se ha extenido a Argentina y otros países de América del Sur desde la posguerra.

Para Seidl la ascensión del catolicismo en Austria coincide con la de la extrema derecha, y la protagonista de su película es un fiel exponente de la vuelta de la mujer a la beatería practicante, a falta de una verdadera liberación o consecución de la igualdad. No se puede hablar de la religiosidad sin un profundo conocimiento de sus rituales y motivaciones personales, algo en lo que Seidl coincide con el maestro Buñuel. Luego, la Iglesia considerará su representación de las creencias populares como un anatema, pero sin poder negar que se ajusta a una realidad sujeta a distintas interpretaciones.

Partiendo del fracaso del ecumenismo, Seidl revive el drama de Fassbinder en «Todos nos llamamos Ali», para certificar que la guerra de religiones entre el cristianismo y el islam se ha recrudecido al calor del rechazo occidental a la inmigración procedente del hemisferio sur. Por la tanto, y por más que le pese al Papa Francisco, presente en un retrato colgado en la cocina del matrimonio mal avenido entre católica y musulmán, el fanatismo apostólico romano existe y se tiñe de tintes racistas.

Vayamos con la materia de escándalo, concerniente a la autoflagelación y a la utilización del crucifijo a modo de consolador. Ambas actitudes son expuestas a fin de probar la teoría de que la fe extrema, en lugar de sanar a los espíritus afligidos en este valle de lágrimas, crea grandes frustraciones. Jesús es amor, pero nos condena a un dolorosa existencia.

 

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