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Envilecimiento del PP, cúspide de indecencia

Ayer se conoció que, superando el más alto nivel de indecencia política, el PP ha entregado al juez los dos ordenadores de su extesorero Luis Bárcenas, uno sin disco duro por haber sido extraído con anterioridad y el segundo con el disco duro destruido. El partido neofranquista se afanará luego en aparentar que colabora con la Justicia, hablará sin ruborizarse de una futura ley de transparencia y se enzarzará en ridículas e infantiles trifulcas con el «y tú más» como latiguillo, pero una vez más ha quedado retratado como lo que es: un aparato político que sostiene un Ejecutivo sin credibilidad y que, en medio de acusaciones de corrupción generalizada de sus miembros, es percibido por la ciudadanía como una mafia.

Este nuevo escándalo sucede a otros no menores, en medio de una desparramada corrupción que implica descomposición. La incesante oleada de escándalos, con capítulos a cual más vergonzante que una mayoría absoluta en forma de rodillo no puede ocultar, combinada con los devastadores efectos de la crisis económica, está socavando la credibilidad y la legitimidad de esa clase de políticos y las de los cimientos mismos del modelo que sostiene al Estado español. Ante el hundimiento de la credibilidad -y en política, por regla general, una vez perdida es prácticamente imposible recuperarla- y el colapso del modelo de Estado, en esos claroscuros, es donde la agenda neofranquista e involucionista adquiere todo su relieve. Donde los monstruos, ese franquista que les habla al oído, se hacen más presentes y amenazantes.

El PP, a falta de credibilidad, cree que con su mayoría absoluta puede seguir en su huida hacia adelante, contra todos y contra toda evidencia. Se equivoca. Esa estrategia solo sirve para constatar que el envilecimiento es algo inherente a las estructuras del PP. Es un indicativo de hasta qué punto el sistema alumbrado por la transición posfranquista nació corrupto y supura por los cuatro costados. Retrata a una España como estado en descomposición, sin democracia que pueda «regenerarse». Y da aun más razones para cortar y marcharse.

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