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CRíTICA: «The Act of Killing»

La historia contada por los vencedores

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Mikel INSAUSTI

La tendencia natural del documentalista cuando trata de recrear un genocidio suele ser ampararse en el testimonio de las víctimas que lograron sobrevivir a la masacre. Y es lo que iba a hacer Joshua Oppenheimer con su colaboradora Christine Cynn, hasta que se dieron cuenta de que los supervivientes de su película en Indonesia corrían peligro, debido a que es un país donde los criminales del régimen de Suharto todavía gozan de una manifiesta impunidad. Al percatarse de la situación, fue cuando decidieron contar los hechos desde el punto de vista de los vencedores, dando lugar al original y nunca visto documental que ha acabado siendo uno de los más premiados y reconocidos de los últimos tiempos.

Los datos objetivos suelen ser fríos, aunque a veces las fuentes no se pongan de acuerdo, como en lo ocurrido durante el golpe de estado indonesio de 1965. Los cálculos sobre el número de víctimas mortales oscilan entre el medio millón y los dos millones. Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que Suharto aprovechó la coyuntura golpista, con el apoyo de los Estados Unidos en plena Guerra Fría, para llevarse por delante a todos los partidos, sindicatos y posibles opositores. Tras dejar fuera de juego a Sukarno, justificó las matanzas en la persecución al PKI, rompiendo las relaciones que el partido comunista había mantenido con China.

Los ejecutores que integraron los Escuadrones de la Muerte pertenecían a la formación juvenil PP (Pemuda Pancasila), y algunos de ellos ya son ancianos de apacible aspecto. Oppenheimer les da la oportunidad de participar en una película destinada a reverdercer glorias pasadas, ya que entonces no existían las guerras mediáticas y no pudieron exhibir sus dotes como torturadores a la manera de las tropas yanquis que invadieron Irak. Por eso no dudan en mostrarse orgullosos ante las cámaras de lo que hicieron, a la vez que reconocen la inspiración cinéfila de sus actos, en cuanto admiradores del género de gángsters, el western y los musicales.

Ellos se sienten como Marlon Brando en «El Padrino», o como Elvis en su concierto de Hawai. Pero, el remordimiento asoma al caracterizarse de verdugos y tener que revivir el dolor ajeno.

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