Catalunya, con todas sus fuerzas en marcha
La multitudinaria cadena humana de cuatrocientos kilómetros que ayer unió el Principado de Catalunya retrató ante el mundo a un país que marcha inexorablemente hacia su independencia. Un país que demuestra ser capaz de movilizar a una ciudadanía tan vibrante y activa en torno a una apuesta que genera tanta desbordada ilusión, que ha conseguido poner semejante fuerza en marcha lo tiene todo a su favor. Razones históricas y políticas, legitimidad democrática e impacto internacional y, sobre todo, una ciudadanía que está demostrando tener un nivel y una madurez impresionantes. Los representantes y partidos políticos que no estén a la altura de su gente saben que la ola les va a pasar por encima, quienes defrauden esa esperanza colectiva y la oportunidad histórica saben que lo van a pagar muy caro.
La colosal movilización popular de ayer desató emociones hasta el punto de hacer saltar las lágrimas o poner la piel de gallina. Y lo hizo allí, en Catalunya, y aquí, en Euskal Herria, dos pueblos tan diferentes y ahora tan iguales, hermanados por una misma causa. La Via Catalana por la independencia es un proceso que no ha seguido las directrices establecidas, que no juega a un juego impuesto. Es el pueblo de Catalunya quien ha decidido jugar por sí mismo. Sin estridencias, con convencimiento, inventando para avanzar. El juego de partidos, las respuestas de manual y los márgenes de una legalidad que no reconoce la voluntad popular se hacen cada día más virtuales e intrascendentes frente a una ciudadanía mentalmente independiente y con instrumentos de acción que hacen de locomotora.
Con esas credenciales se hace difícil sostener que no vaya a haber un referéndum sobre la independencia el próximo año. No faltarán obstáculos internos y provocaciones externas, pero hay motivos para el optimismo. Con el mundo mirando a Catalunya y la voluntad de su gente expresada con tanta rotundidad, no hay ley española que consiga pararla.