Peru Sasia | Presidente de Fiare, miembro del Consejo de Administración de Banca Popolare Etica
El valor político de las alternativas
Las alternativas no las construimos desde nuestra condición de consumidoras. La construimos agregándonos, cooperando, creando redes de capital social
Y seguimos hablando de la crisis. Acumulando evidencias y sospechas sobre las causas y sus responsables, sobre qué se debió hacer y no se hizo, sobre qué cabe hacer hoy. El terreno de análisis, sin embargo, ha ido estrechándose poco a poco. Un «achique de espacios» forzado por las malditas medidas de ajuste, por sus consecuencias sobre la sanidad, la educación, las pensiones, los derechos laborales... El debate ha ido perdiendo, poco a poco, perspectiva, amordazado por quienes promueven un pensamiento instrumental de corto alcance que nos aboca a callejones sin salida. Nos vemos así forzados a desmontar estos relatos neoliberales, buscándoles la trampa a afirmaciones como «no hay dinero para las pensiones, para sanidad o educación» o «es de ignorantes negar el valor para el desarrollo de los grandes mercados de capital». Pero el esfuerzo, insisto, nos hace perder la perspectiva. Incluso hay que discutir si fumar en los casinos es el mejor salvavidas contra el paro...
Y aunque algunos puedan considerarlo paradójico, lo que nos recuerdan las propuestas de alternativa al sistema económico actual es precisamente que no podemos dejar de ver las cosas con perspectiva. Nos recuerdan, con su dinamismo y su imaginación, que transformar el sistema económico es mucho más que hacer innovación o promover el emprendizaje. Mucho más que mecenazgo o filantropía. Transformar el sistema económico requiere reconstruir las dinámicas sociales que se ponen en juego cuando nos relacionamos en la esfera económica. Requiere analizar las relaciones que conectan mercados, estados y sociedad civil, adoptando una perspectiva de naturaleza eminentemente política. Requiere transformar los procesos de participación en la esfera pública de personas y organizaciones, reclamando nuevos roles que se nos han ido negando progresivamente.
Las alternativas no las construimos desde nuestra condición de consumidoras. Las construimos agregándonos, cooperando, creando redes densas de capital social. Por eso nos gusta encontrarnos. Encontrarnos y visibilizar que existe un espacio posible para la construcción de otro tipo de relaciones, también en la esfera económica. En esa construcción, ponemos en evidencia la insuficiencia de los análisis de corto alcance, de las conexiones simplonas entre primas de riesgo y derechos laborales, entre deuda pública y presupuestos para sanidad o educación.
Esa es nuestra fortaleza, aunque algunos agoreros se empeñen en encerrarnos en el cementerio de los sueños imposibles. Aunque muchos digan que ser tan «alternativos» nos condena a una constante fragilidad. Se ha dicho eso muchas veces de muchos movimientos sociales en sus comienzos. También de los que lucharon y luchan hoy por los derechos de las personas trabajadoras o de las mujeres. Por la defensa de las personas excluidas y de los ecosistemas.
Las propuestas de alternativa incorporan un gen irrenunciablemente político, como propuestas para articular un estilo radicalmente diferente de relaciones entre los actores sociales que configuran la esfera económica. Son mucho más que herramientas. Ofrecen mucho más que una corrección más o menos restrictiva de determinados malos hábitos del neoliberalismo. Se comprometen a mucho más que a suministrar determinados productos o servicios. Hacen todo esto, por supuesto, pero no son estos los elementos esenciales que configuran su valor como gérmenes de transformación.
Lo que los proyectos de alternativa proponen son cambios radicales en la dimensión relacional, en la manera en la que los distintos actores sociales participan del circuito económico que se articula. Este nuevo tipo de relaciones construye su naturaleza y su lugar social, influyendo en aspectos tan importantes como la estructura de propiedad, las dinámicas para la toma de decisiones, la estrategia de desarrollo o los mecanismos de información y participación. Aspectos que ponen de manifiesto una naturaleza claramente cooperativa, en la que resaltan valores como la participación, la reciprocidad, el mutualismo o la solidaridad, y una actividad cultural inseparable de la actividad económica propiamente dicha.
Sin esta dimensión relacional que se compromete y persigue cambios en la esfera pública, las alternativas económicas pierden su principal valor. Por eso es necesario construirlas atendiendo a factores tan determinantes como los marcos legales, las lógicas de poder en las instituciones del mercado o la manera en que las políticas públicas configuran un determinado tipo de ciudadanía. Por eso se articulan sobre la base de una ciudadanía vigorosa, comprometida con las consecuencias no económicas de nuestros comportamientos económicos. Una ciudadanía que se asocia en proyectos que reclaman la participación de muy diversos actores sociales como organizaciones sindicales, univer- sidades, medios de comunicación, administraciones públicas y tantas otras formas de sociedad civil organizada. Su participación (con protagonismo, influencia y responsabilidades) refuerza las posibilidades de configurar proyectos de naturaleza cooperativa en manos de redes densas de capital social, de personas y organizaciones que se comprometen en la construcción, y no simplemente en el consumo, de propuestas de alternativa. Esta es la «marca genética» más genuina de las alternativas, la que dota a este espacio de legitimidad y valor social.
Por eso son extraordinariamente importantes iniciativas como la del próximo 6 de octubre en Baiona. Oportunidades de encuentro y movilización como la que ofrece Alternatiba resultan claves para mantener una motivación radicalmente contracultural. Un espacio para el reconocimiento, el encuentro, el debate, la búsqueda de alianzas... Y una oportunidad para visibilizar que las alternativas existen y necesitan de nuestra militancia. Una militancia económica, que hoy resulta componente imprescindible del compromiso político, en el sentido más profundo del término.