61 DONOSTIA ZINEMALDIA | Víctor Esquirol, Crítico de cine
Dr. «Savage» Maturin
Un año más los deportes de riesgo se adueñan del Festival de Cine de Donostia. «Spirit of Akasha» y «Morning of the Earth», sendas cartas de amor al modo de vida surfero, componen el díptico de presentación de Savage Cinema, donde de la adrenalina se hace religión.
A pesar de que el Acheron venía pisándoles los talones, aquella noche los oficiales de la Surprise se concedieron una cena relajante. El capitán Jack Aubrey amenizaba la velada a base de relatos varios concerniendo sus batallitas junto al adorado almirante Nelson, el pequeño Blakeney se reponía de sus heridas de guerra y el doctor Stephen Maturin constataba para sus adentros que, a pesar de no estar hecho para la vida en alta mar, disfrutaba con todo aquello. De repente, la calma que presidía aquella sala puso pies en polvorosa debido a un súbito estallido de júbilo por parte de todos los allí presentes... menos del buen doctor, quien se limitó a declarar: «Deduzco que acaba de pasar algo extraordinario...». Sus conocimientos de marinero de agua dulce poco o nada podían ayudarle a la hora de entender lo que allí estaba sucediendo, sin embargo nunca le negó la sonrisa a la situación. En el fondo le encantaba estar en aquel lugar; en aquel momento. Quizás por esto le costaba horrores no dejarse contagiar por el clamor popular.
Unos siglos después, Zinemaldia celebraba su segundo año en pareja con los deportes de riesgo. Tras los alaridos y la furia (en el buen sentido) de la edición anterior, decidió llevar a su nueva novia (o novio... nadie me obliga a pronunciarme en estos incomprensiblemente peliagudos asuntos) a un sitio más distinguido. El primer encuentro en el Velódromo Antonio Elorza fue pura dinamita, pero para ésta segunda cita tocaba ponerse un poco más trascendental, para demostrarle a la media naranja que la relación iba en serio.
Las salvajadas de Savage Cinema desembarcaron la madrugada del sábado en el Teatro Principal con ambiente festivo, pero con más control. Esta vez las cosas no iban a salirse tan de madre, que la Parte Vieja, por increíble que parezca, exigía más decoro. Y así transcurrió esta Grind House de medianoche: sin aquel frenesí de la primera cita, pero sin reparar en gastos (al fin y al cabo, buena parte de la factura corría a cargo de aquella todopoderosa bebida que tantas pesadillas de Fernando Alonso debe protagonizar).
El primer plato, un auténtico Acheron; el segundo, la eterna Surprise. Para empezar, “Spirit of Akasha” (con introducción musical previa a manos de su propio director, Andrew Kidman), después del intermedio, la obligatoria y legendaria “Morning of the Earth” (con música en directo también, pero ahora durante la proyección). Más de dos horas de intenso programa, y el surf, el «wave of life» y el mar se desnudan desde todos los ángulos. Desde la autenticidad y encanto de los pioneros hasta la impresionante potencia de los respetuosos precursores, desaparece la coherencia narrativa para que la adrenalina cristalice en alucinado nirvana. La experiencia, por las altas horas en las que se mueve, hasta podría calificarse de erótica, aunque en realidad es puramente espiritual. La audiencia, por supuesto, se libra al más ostentoso furor, y un servidor, que no tiene ni pajolera idea sobre el arte de domar olas, ni tiene que deducir que acaba de pasar algo extraordinario. Y se disfruta estando allí, porque aunque éste no sea su territorio, el contagio de lo que se cuece tanto en la pantalla como en el patio de butacas es, directamente, inevitable.