El mejor Álex de la Iglesia, el Álex en estado puro, es el que no se corta un pelo y se deja llevar por su calenturienta imaginación hasta límites que ni él mismo conoce. Sin esa genialidad desbordada nunca habría sido posible la magistral “Balada triste de trompeta”, obra cumbre del surrealismo buñueliano. Como tampoco estaríamos ahora riendo sin sentido, varias horas después de haber salido del Kursaal en la sesión matinal donde proyectaban “Las brujas de Zugarramurdi”, el título que le corona como el rey de la comedia acelerada, o el Usain Bolt del género cómico, que es lo mismo.

El cabrón es tan rápido que no da tiempo a pillar ni la mitad de las referencias cinéfilas que va disparando a ráfagas, y me ha costado aún más quedarme con ellas porque el inicio con el asesinato de Bob Esponja me ha dejado en estado de shock, pues no asistía a nada tan traumático desde que ví «Bambi» en mi más tierna infancia. Menos mal que Álex es de los que nos hace más fácil el trabajo a la crítica, y ya había adelantado que íbamos a asistir a algo como «Abbott y Costello contra los fantasmas».

Y es que lo ha clavado, aunque también por momentos se cuela la atmósfera sublime de «Baile de vampiros», el aliento a ajo de «Un vampiro para dos», la tipología entrañable de «La familia Munster» o los efectos gamberros de «Braindead». Podría seguir así hasta el final, pero sería injusto porque Álex sabe hacer todas las influencias posibles suyas, como el Gargantua sin fondo del Akelarre. Su estilo de comedia coral es inconfundible, con sus estampidas humanas, que cada vez las filma con mayor dominio de la locura colectiva. Ese amor que demuestra hacia los viejos cómicos, película a película, es impagable. Terele Pávez forever!