Los diálogos están reducidos a la mínima expresión, de tal forma que todo se cuenta mediante la composición del plano. Es muy importante cómo aparecen colocados los tres personajes de la pequeña historia ante la cámara, porque dependerá de sus movimientos y gestos posteriores, todos ellos muy calculados, lo que quieren comunicar o hacer ver al otro. Una dinámica que se hace más significativa en los tímidos y torpes acercamientos progresivos entre la pareja de adolescentes, que se vuelven todavía más imperceptibles ante la presencia vigilante de la madre de él.

El tipo de estrecha complicidad existente entre madre e hijo se deja entrever en la primera media hora a través de la mutua confianza que se manifiestan, pues se comportan con absoluta naturalidad, compartiéndolo todo. El aparente equilibrio se rompe con la llegada de la joven desconocida, por la que siente una inmedianta atracción el hasta entonces enmadrado muchacho. La situación se tensa sutilmente, muy poco a poco.

Resulta fundamental para una escenificación tan controlada el hecho de que el hotel esté vacío, por encontrarse en temporada baja. En un contexto tan evidente el deseo de la pareja de verse a solas se vuelve más provocativo para la madre celosa, obligada a convertirse en único testigo de su amor.