Hace un par de días, un amigo con el que me encuentro cada Zinemaldia me regaló un libro usado. Lo había encontrado en un mercado de esos en los que enredando aparecen auténticas joyas. Con él entre mis manos me fue imposible dejar de divagar en torno a la identidad de su dueña, de sus dueños, de aquéllos que lo leyeron, de lo que pensaron al hacerlo, de por qué acabó ese libro en el mercado, de cómo había llegado hasta mis manos... «La ensalada loca», de Nora Ephron, viaja ahora en mi bolso, y busca una nueva identidad, la que le dé mi mirada y mi pensamiento. Algo parecido le sucederá al retrato que voy elaborando de David Byrne y que él me ayuda a construir con sus palabras. Con esa intención me acerqué hasta una de las leyendas vivas de la música, hasta el ex Talking Heads buscando saber algo más sobre él, sobre su personalidad, sobre sus reflexiones. Parece un hombre del Renacimiento, músico, diseñador, escritor, realizador de videoarte. Byrne, además, es una bestia ante la cámara tal y como demuestra su reciente aparición en el videoclip que da imagen al tema «Who» de St. Vincent. Sencillo, amante del ciclismo, vestido con una guayabera roja y pantalones blancos, su cabeza y su forma de razonar en nada se parecen a «una ensalada loca», o sí, depende quién le escuche. Pensar que este ser humano «comenzó» teloneando a los Ramones me resultaba muy evocador, algo alucinante. Parafraseando a Yeats, estoy segura de que, como hombre elegante, Byrne se toma una ensalada loca con la carne de vez en cuando para alimentar su creatividad.