CRíTICA: «La espuma de los días»
Boris Vian, encerrado en la cacharrería de Michel Gondry
Mikel INSAUSTI
Se ha dicho que la novela de Boris Vian «L'écume des jours» es inadaptable. En 1968 lo probó sin éxito Charles Belmont, y ahora Michel Gondry vuelve a fracasar en el intento. Han hecho mal en no ir al origen de la historia, que nació como una versión surrealista del novelón de Erich Maria Remarque «Tres camaradas», que a su vez fue llevado a la pantalla por Frank Borzage en un melodrama de 1938, un año después de su publicación. En ese libro está contenida la esencia del relato, referida a la dificultad para vivir de ilusiones en un mundo cruel. Ella enferma de tuberculosis en la dura Alemania de entreguerras, sin que el amor y la amistad puedan hacer nada por su curación.
Boris Vian reinterpretó el tema diez años después dando rienda suelta a la improvisación, como si se tratara de la música de jazz de su admirado Duke Ellington. Al hablar de la enfermedad como una flor que se marchita se inspiró en los escenarios pantanosos de Louisiana. El deterioro es también social y afecta a la ineficacia liberadora del pensamiento, que traslada a la caricatura del filósofo Jean-Paul Sartre. La intención subversiva de la obra se manifiesta en la denuncia del trabajo deshumanizador y maquinal, junto con el ataque a los poderes económicos a los que están sometidos incluso las religiones oficiales: cuando el protagonista tiene dinero la Iglesia le organiza una lujosa boda y cuando lo pierde el funeral de su amada es de lo más miserable.
Michel Gondry parece no haber entendido nada de todo esto, y ha aplicado al texto de Boris Vian un tratamiento meramente visual. Su trabajo es el de un ilustrador que se queda en la superficie, y que utiliza el argumento para desarrollar su particular imaginería. La película se convierte en una cacharrería, en la que los inventos absurdos van desplazando a los personajes hasta engullirlos por completo. Gondry se muestra egoísta y caprichoso, desplazando la ambientación a los años 70, porque, según él, es la década en la que creció y de la que nace su universo icónico. El resultado se acerca más a la historieta gráfica que a lo que se entiende por cine de autor.