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El universo escultórico de Antoni Tàpies recala hasta enero en el Guggenheim

A un año del fallecimiento del artista catalán y a noventa de su nacimiento, la segunda planta del Museo Guggenheim alberga «Antoni Tàpies. Del objeto a la escultura (1964-2009)», la primera revisión completa y en profundidad de su labor escultórica. Ochenta y cinco piezas llegadas de distintos lugares del mundo y dispuestas de manera cronológica y temática, reflejan casi cincuenta años de investigación artística de Tàpies en el mundo de lo tridimensional.

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Alvaro HILARIO | BILBO

Ayer quedó inaugurada de forma oficial la exposición «Antoni Tàpies. del objeto a la escultura (1964-2009)», la primera revisión completa y en profundidad del universo escultórico Tàpies, parte fundamental de su producción artística y que, a menudo, se ha considerado como un complemento o aspecto parcial de su pintura.

Así, en «Objeto y concepto», artículo de Alvaro Rodríguez Fominaya contenido en el catálogo de la exposición editado por él mismo, podemos leer que «a pesar de que la escultura y el objeto tridimensional suponen un capítulo relevante en la trayectoria del artista, a veces se han visto como una anomalía o un aspecto lateral o paralelo, y por tanto exógeno a su praxis predominante. La idea de lo inclasificable, lo que no pertenece o no se encuadra en las tipologías al uso, aparece de manera continuada y es cultivada por el propio autor, a quien estas disquisiciones de método parecían no preocupar en exceso».

La muestra recorre casi cincuenta años de experimentación, investigación, búsqueda y evolución artística a través de 85 piezas -de diferentes tamaños y elaboradas con muy diversos materiales y técnicas- dispuestas de manera cronológica y temática.

Diez salas del museo, toda la segunda planta, cobijan un apasionante itinerario que nace en los años 60 con los objetos de uso cotidiano -empleados por Tàpies para crear volúmenes o aprehender el espacio- y termina en 2009 con una producción rica en materiales y técnicas tales como las cerámicas o la pintura sobre bronce.

Camino en el que el artista reitera su simbología, su iconografía: cruces, muros, letras «t», équises o números con los que juega dándoles más de un sentido, más de un significado (sus iniciales y la del nombre de su esposa, Teresa; la muerte, la religión, un punto y aparte...), siempre en el marco de la reflexión sobre el ser humano, su inconsistencia y fragilidad, todo derivado de tiempos violentos, guerras y posguerras.

«Después de dos años y medio, una intuición se ha convertido en realidad», dijo ayer el comisario de la exposición, Alvaro Rodríguez Fominaya, en referencia al tiempo empleado en gestar esta magna obra y durante el cual se produjo el fallecimiento del universal artista catalán. Triste deceso que no arredró ni a la familia de Tápies ni a su fundación, algo que Rodríguez Fominaya agradeció vivamente. No en vano, es ese círculo próximo compuesto por familia y fundación, el origen de muchas de las obras de arte expuestas en Bilbo. Otras han llegado desde Finlandia, los Países Bajos y Estados Unidos; tanto de museos y almacenes como de colecciones privadas. De este modo, vuelven a ver la luz piezas de perdido rastro.

Evolución, variedad

Todas las piezas están instaladas de modo que se puedan ver desde cualquier ángulo, desde los 360 grados.

Señalar que ante la ausencia de instrucciones concretas del artista sobre cómo deben instalarse o disponerse para su exhibición, el equipo del Guggenheim de Bilbo se ha servido de fotografías de exposiciones anteriores, primando aquellas donde Tàpies las enseñó por vez primera.

La muestra comienza en los años 60, década en la que el autor utilizó objetos comunes y de escaso valor, emparentándose así con otras corrientes del arte conceptual, como el Arte Povera. De estas instalaciones y collages Antoni Tápies dio el salto a la cerámica por recomendación de, entre otros, Eduardo Chillida. Cerámica cocida y molida mezclada con arcilla (tierra chamoteada) empleada para piezas de gran tamaño y resistentes a los cambios climatológicos.

Aunque es difícil destacar partes del todo, destacaremos sus muros y puertas, los trabajos previos a su antibelicista instalación «Rinzen» o las pinturas sobre bronce.

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