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CRíTICA: «Gloria»

Mejor sola que mal acompañada en Viña del Mar

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Mikel INSAUSTI

El cine chileno vive un extraordinario y fructífero período, en el que destacan cineastas de gran proyección internacional como Pablo Larraín, que es el productor de «Gloria». Con esta película le da el espaldarazo definitivo a Sebastián Lelio, consagrado en la Berlinale con un cuarto largometraje que supera a sus anteriores «La sagrada familia», «Navidad» y «El año del tigre». Ha dado en la diana al escribir el guión de «Gloria» pensando en la veterana Paulina García, que se hizo con el Oso de Plata a la Mejor Actriz. Es un justo reconocimiento al peso específico que tiene su trabajo interpretativo dentro de una historia sobre una mujer madura que está sola.

Pero detrás de la película hay una gran labor de documentación, lo que convierte al personaje de Paulina García en representativo de las mujeres chilenas de su edad. Son las que porque se han separado, o porque sus hijos se han hecho mayores y se han ido de casa, han de vivir en soledad después de haber estado siempre en compañía.

La descripción de los ambientes en que se mueve una mujer de tales características es muy reveladora, con los grupos de actividades de todo tipo por el día y los salones de baile o locales de citas para mayores desparejados por las noches. Ella no parece encontrarse a si misma en dichos lugares, y a solas se la ve más realizada, especialmente cuando canta al volante de su coche las viejas canciones con las que se identifica: «Eres» de Massiel, «Libre» de Paloma San Basilio y, como no, «Gloria» de Umberto Tozzi.

La tensión dramática se palpa cuando se reúne con su familia, y más aún en presencia de su ocasional pareja, un hombre que le supera en edad y sigue dependiendo de su exmujer y sus dos hijas. Algo se remueve en su fuero interno hacia el final de la narración, coincidiendo con esa mañana de resaca que se despierta sin nadie a su lado en la playa de Viña del Mar. Es como si, en lugar de hundirse, saliera reforzada de la experiencia y dispuesta a afrontar la vejez, asumiendo lo que le queda de existencia para vivirla a su manera. Ya no habrá segundas oportunidades para el amor, ni tampoco una falsa segunda juventud.

 

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