Fermin Munarriz Periodista
Nadie
Lo confieso; no reniego de mi pasado, pero no quiero que se malinterprete como enaltecimiento: yo también fui usuario de Twitter. En mi descargo alegaré que fue por razones profesionales. Nunca pequé por lo privado.
Ahora, ya plenamente rehabilitado y reinsertado, contemplo con compasión y hasta ternura la lectura y el tecleo compulsivo de los ciento cuarenta caracteres entre amigos, colegas y desconocidos. Vale, es un canal útil para compartir información veraz y fiable. Pero eso es, precisamente, para lo que menos se utiliza. Twitter también está haciendo daño.
La red se han convertido en un gran vertedero de la naturaleza humana. Y no me refiero solo a esa compresión del pensamiento en apenas centenar y medio de pulsaciones, que reduce la reflexión a un titular; ni tampoco al inventario de acosos, engaños y fraudes cibernéticos; ni siquiera a los perversos intereses económicos que infectan el canal de los gorjeos.
Bajo un viscoso paraguas de «democratización» de la información, Twitter ha volcado al dominio público el ámbito privado para regocijo de hostigadores y vigilantes, ha alimentado un culto al amateurismo en detrimento de la calidad, ha triturado el esfuerzo que exige el rigor y el aprendizaje, ha cedido el megáfono al aullador más obtuso de esa inmensa asamblea virtual, y hasta ha cambiado el comportamiento ante nuestros semejantes. Lo llaman «ensanchamiento»: nos mostramos más resueltos que en la vida real, más fundamentalistas en las ideas políticas, más expansivos en nuestra sexualidad y más incautos en la custodia de nuestra intimidad. Hay, incluso, quien cuenta lo que desayuna... Para alivio del prójimo, supongo.
Pero, por encima de todo, somos más intolerantes y más agresivos. El ruido de diletantes acomodados tras el anonimato de un alias ha copado las conversaciones. Un indocumentado vanidoso con teclado dispone de más poder expansivo que el sabio sereno, con el agravante de que la necedad es más terca que la templanza. Es fácil encontrar «expertos» desde cualquier atalaya y materia, capaces de desmentir incluso a testigos presenciales y, además, con cierta predisposición a enviar a la hoguera carne humana fresca. El olor a chamuscado siempre ha atraído a nuevos devotos e iluminados. Pero Twitter es así; si no tienes seguidores no eres nadie. Se lo dice nadie.