La cumbre de jefes de estado y de gobierno de la Unión Europea concluyó ayer sin tomar medidas respecto a la inmigración. Los veintiocho «se comprometieron» a abordar las causas del fenómeno y a buscar fórmulas a corto, medio y largo plazo. Pero eso será a partir de junio de 2014, lo que da la medida de la importancia que la mayoría de países europeos le conceden a ese asunto -si bien para el presidente del Gobierno español es «reaccionar con celeridad»- y en qué aspectos incide esa importancia. Así, la cumbre terminó con un retórico mensaje de solidaridad pero sin visos de solución alguna. Porque lo que debería ser una cuestión, efectivamente, de solidaridad, es afrontado como un problema por la UE, un problema molesto y poco más. El primer ministro británico, David Cameron, apuntó a Libia como principal causa del problema, y precisamente ese constituye un claro ejemplo de la responsabilidad europea en la situación política y económica de muchos países de África. Sin embargo, algunas consecuencias de esa situación, como la inmigración, son percibidas por Europa como un problema. Mientras Europa no cambie ese punto de vista, no solo no solucionará eso que percibe como su problema, sino que seguirá dando la espalda a esa solidaridad que dice suscribir y que debería ser la clave a la hora de buscar soluciones.