AUTOBIOGRAFÍA
Entre el dolor y el aburrimiento
Iñaki URDANIBIA
La consideración de la vida como un continuo balanceo entre los dos estados anímicos que constan en el título de este comentario no pertenece al poeta italiano sino a Arthur Schopenhauer (1788-1860); algo parecido podría hallarse en sus pesimistas y desesperados cánticos. Sería obligado distinguir, no obstante, entre el quietismo al que llevaba el pesimismo del primero, y la crítica de la inacción y la consideración de la vida como pura energía, por parte del segundo.
Frente a las esperanzas bobaliconas fomentadas por las mil y una técnicas para alcanzar la felicidad perpetua bajo las etiquetas de coaching y otras zarandajas supuestamente liberadoras, es aconsejable -al menos, a modo de contrapeso- acercarse a la escritura de Giacomo Leopardi (1798-1837), que como certero bisturí corta el monolitismo de la Razón todopoderosa llevándonos a enfrentarnos a la soledad del ser humano, cuyo mayor delito -como decía el otro- es haber nacido. La mirada fría y clarificadora del italiano, que no duda en mirar de frente a la realidad y considerar las ilusiones como meras ilusiones, puede producir cierto desasosiego, tristeza y, según la óptica del lector, cierta «apuesta melancólica» en la línea de Daniel Bensaïd o, a su modo leopardiano, por Antonio Negri, quien dedicó, en la prisión, un concienzudo libro al poeta: «Lent Genêt. Essai sur l'ontologie de Giacomo Leopardi» ( Kimé, 2006).
Leopardi, cual Job redivivo, conoce la adversidad, mas no se rinde ante ella sino que se enfrenta con gélida lucidez, como deja ver en su obra, y más en concreto en estos materiales que ahora se nos entregan, que eran parte de lo que iba a ser un «Tratado de las pasiones». Debido a las circunstancias que señalo nadie deberá buscar un orden sistemático e hilado en estos textos, pero sí hallará lúcidas píldoras para el paladeo: alegría y tristeza, envidia, hastío, venganza, negligencia, inactividad, compasión, amor propio... Un índice temático no hubiese estado de más de ninguna de las maneras, ya que facilitaría la lectura «a la carta», y no verse sometido a los saltos que supone la lectura lineal de los textos.
Los textos presentados, como en general toda la obra del romántico, son trozos de su alma, que se dejaba ver en una escritura especular con respecto a la realidad de la vida del poeta. Resulta así su escritura cercana al género autobiográfico propio de las confesiones que en la historia se han dado desde Agustín de Hipona a Jean-Jacques Rousseau, pasando por Montaigne. El poeta se sincera y se trasparenta ante el lector, hablando de sus deseos, de sus sentimientos, de sus gozos y de sus sombras solitarias, más de estas últimas que de cualquier otra cosa; mas al hablar de sí mismo representa a la vez las constantes de los humanos todos.
Atreverse a esta travesía es abrir las puertas al auto-análisis, a adentrarse en los sentimientos propios, por la senda del délfico conócete a ti mismo (gnôthi seauton), hasta la del constrúyete a ti mismo (epimeleia heautou) de los cínicos... recomendable paseo siempre que quien se acerque a las páginas no sea un ser de tendencias depresivas, pues podría sumirle en el odio a sí mismo y por extensión a los demás.
Leer a Giacomo Leopardi es mirar a la vida a los ojos sin paños calientes, ni consoladoras vaselinas que pretenden llevarnos a aquella felicidad definida por Gottfried Benn como el ser idiota y tener trabajo, suponiéndonos un empujón de cara a adoptar la dignidad de un Sócrates atormentado frente la placidez conformista de un cerdo satisfecho, John Stuart Mill dixit.