Mikel CHAMIZO

Una propuesta escénica muy discreta la de este “Il trovatore” de la Asociación Gayarre de Amigos de la Ópera (AGAO). Dos escalinatas distintamente dispuestas en cada escena –colocadas en una u otra dirección o despojadas de su revestimiento de cartón piedra– fueron toda escenografía junto con un arbolillo, un par de piedras y una proyecciones de vídeo. El vestuario, de época, fue correcto, aunque algunos miembros del coro, los más delgaditos, daban un poco de pena con trajes y cascos de soldado que les quedaban tan grandes. Tampoco la dirección de actores de Ignacio García fue una virguería, limitándose a distribuir a los personajes por el escenario y poco más. Pero a pesar de todo, la magia de Verdi estuvo presente la noche del viernes en el Baluarte.
El secreto fue la dirección musical de Miguel Pérez-Sierra, un director que se las apaña muy bien con el repertorio operístico italiano –hace unos meses dirigió a la Orquesta de Euskadi en un notable “Stabat Mater” de Rossini–. Domina los cánones músico-teatrales verdianos, concerta con efectividad y tiene un punto entusiasta que logró sacar chispas de algunas escenas de este “Il Trovatore”. La función comenzó realmente bien, con un “Di due figli” magníficamente cantado y contado por Rubén Amoretti, y una bella presentación de Leonor por Carmen Solís, lo que auguraba un nivel canoro notable. El elenco al final no resultó ser tan redondo, con un Ismael Pons muy plano como Conte di Luna y un Manrico de Eduardo Sandoval con agudos abiertos y siempre empujando, lo que coló en “Di quella pira” pero destrozó las arias líricas. Renata Lamanda, como Azucena, dio una de cal y otra de arena. Pero la función, en términos generales, funcionó muy correctamente.