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Haneke

Iratxe Fresneda | Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

El perro semihundido», una de las pinturas negras de Goya, es una de las obras de arte que con mayor atención he observado. Me fascinó. Precisamente de ese impacto hablaba Michael Haneke en su magistral discurso al recibir el premio Príncipe de Asturias a las Artes. Del impacto y de las posibilidades de influencia existentes o inexistentes de la creación artística, cinematográfica, contemporánea. De ese orden simbólico que las alimenta y que construye nuestras realidades. «La manipulación sirve para muchos fines, no solo políticos. También atontando a la gente uno se puede hacer rico», decía un lúcido Haneke. Lo venimos diciendo desde hace tiempo, su poder va más allá del mero entretenimiento. Y en el interior de esa idea, como una muñeca rusa, la de que «el carácter de feria de la mayor parte de su producción ha hecho todo para impedirlo», para evitar que el cine evolucione como arte. Recientemente un amigo me hablaba de la necesidad de los «bocetos» en el cine. Entiendo estos como obra o como simple acercamiento, como un juego de ensayo-error. Creo en su razón de ser y en la magia que reside en ese ejercicio. Creo en las obras «fallidas». Pero el realizador de «Amour» colocaba la cruda realidad sobre la mesa acerca de eso que algunos llaman «errores»: «Los errores, al igual que en otros sectores económicos, no son tolerables; el que los cometa repetidas veces, difícilmente tendrá la oportunidad de seguir trabajando». Aunque esa idea es variable en los «márgenes», sigue siendo real en las altas esferas de la industria cinematográfica, que ha tratado de acabar con el hecho artístico, colocando al cine al servicio de la «propaganda». Pero, como reivindicaba Haneke, la «capacidad» estética existe hasta en los desvaríos. El cine es uno grande, a veces, libre.

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