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Jose Mari Esparza Zabalegi Editor

Los pájaros del Orhi

Lejos de suscitarse una distensión, ahora plantean nuevas exigencias que nunca se pidieron antes, al tiempo que se exprime a los presos, sigue la dispersión, abren nuevos juicios, etc...

Orhiko xoriak, Orhirat», cantan en Zuberoa, para pedir que los hijos alejados regresen al hogar. La canción es buena metáfora para exigir que no sólo Inés, sino todos los presos vascos, sin excepción, vuelvan libres a Euskal Herria. Expondré algunas razones, las que creo que todavía no son punibles.

-No tentar a la paz. Durante décadas hemos escuchado a los Gobiernos españoles lo de «paz por presos». En todo proceso de negociación, amén de otras cesiones, dábase por descontado que, si ETA dejaba su actividad, los presos serían los primeros beneficiados. Y de hecho, mientras las negociaciones se producían acer- camientos, se controlaba más la tortura y hasta Aznar decía «Movimiento Vasco de Liberación» en lugar de «banda terrorista». Hace dos años que ETA ha dejado su actividad de forma unilateral, creando una situación que nadie imaginaba. Lejos de suscitarse una distensión, ahora plantean nuevas exigencias que nunca se pidieron antes, al tiempo que se exprime a los presos, sigue la dispersión, abren nuevos juicios, etc... Esto recuerda a la proclama del Laurac Bat que en 1846 publicó la Junta Provisional Vasco-Navarra, aludiendo a cómo el Gobierno español no cumplió lo acordado al final de la primera guerra carlista: «El Gobierno, que cien veces cuando estabais con las armas en la mano os ha prometido vuestros privilegios, da ahora, que os ve desarmados el golpe de gracia a vuestros más caros intereses». Y yo pregunto: ¿cabe mayor apología y mayor justificación de la lucha armada que la que hoy hacen la prensa y los partidos españoles? ¿Acaso están sugiriendo que, para que el Gobierno vuelva a su anterior discurso sobre los presos, hay que poner bombas? ETA ha parado definitivamente. Se disolverá -Egiguren dixit- cuando sus presos y refugiados vuelvan a casa. Ensañarse con los cautivos, amén de una mezquindad, es tentar a la paz y hacer peligrar el futuro.

-Ni con Franco pasaba esto. Es habitual, al finalizar los conflictos y en aras a la Pax avant, tender a solucionar las consecuencias. Los que se opusieron a Franco, incluso con las armas en la mano, raramente cumplieron más de 10 años de cárcel. El que más, el ujuetarra Jacinto Otxoa, estuvo cautivo 26 años, pero en diferentes etapas y por rebelde pertinaz. Juan Ajuriaguerra, del PNV, que negoció en Santoña la rendición del Ejército Vasco, no llegó a seis años. El maquis comunista Marcelo Usabiaga y sus compañeros de armas estuvieron 14 años. En Europa, significados militantes de organizaciones armadas, con condenas perpetuas a sus espaldas, rara vez han cumplido los 20 años de prisión. El nazi Albert Speer, Ministro de la Guerra alemán, fue condenado en Núremberg a 20 años de cárcel. ¿Qué pretende el neofranquismo español teniendo a los vascos 30-40 encarcelados? El sadismo, ¿marca identitaria de España?

-Cuenta bien saldada. Según datos ya casi oficiales, desde el nacimiento de ETA ha habido unos 40.000 detenidos de los cuales solo 10.000 han sido condenados. ¿Quién responde por esos 30.000 detenidos sin culpa, sus días sufrientes en comisaría, los meses y largos años de prisión preventiva hasta salir libres sin cargos? Solo la «Doctrina Parot» ha supuesto un alargamiento ilegal de 203 años a los presos afectados. Y de los condenados, ¿cuántos tuvieron un juicio justo? Porque hemos visto a jóvenes cumplir 10 años por quemar un contenedor; a jueces semibeodos, dormirse en la Audiencia Nacional antes de firmar sentencias centenarias; montajes policiales; acusaciones amañadas; testigos falsos. Habida cuenta de las sucesivas denuncias de torturas (5.500 admitió recientemente el obispo Setién), muchas de ellas confirmadas por organismos europeos, ¿cuántos juicios habría que anular por estar basados en declaraciones ilegales? ¿Cuántos presos lo son por haberse autoinculpado bajo tormento? El conjunto carcelario vasco ha sido detenido, interrogado, juzgado y condenado por procedimientos más dignos de la Inquisición que de un Estado de Derecho. Y ha pagado con creces, como pocos colectivos en el mundo han pagado por hechos similares. La cuenta está de sobra saldada.

-El agravio comparativo. Los vascos han pagado demasiado, mientras otros nada. Más de 400 muertos en controles, manifestaciones, enfrentamientos, comisarías y guerra sucia esperan todavía un juicio y una condena justa. Ningún culpable ha sido torturado, ni dispersado, ni aislado. De los pocos condenados, todos han sido indultados, ascendidos y premiados, pese al agravante de ser delincuentes y asesinos en ejercicio de la función pública. Grotesca justicia española, que pide más años de cárcel por un dulce tartazo a Barcina que por torturar y asesinar a Lasa y Zabala. Si a los vascos les hubieran juzgado con similar vara de medir que a los españoles, todos estarían en la calle, tiempo ha.

-Por no hablar de otras cosas. Más lindas, más hermosas, que canta Pablo Milanés. Quedémosnos pues en lo anterior y cosamos la boca. Ya llegarán tiempos de cerezas, cuando podamos hablar del asunto sin que nos caigan encima las penas de San Apapucio. Cuando, más allá del victimismo mediático, se pueda discernir entre oprimidos y opresores, entre causa y efecto, entre los polvos de antaño y los lodos de hogaño. Cuando pedir cadenas perpetuas, lejos de jalearse, se considere una crueldad inútil. Cuando se pueda sonreír y decir públicamente ongi etorri a todos los paisanos y paisanas que, como los pájaros del Orhi, llevan demasiado tiempo lejos del Orhi.

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