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CRíTICA: «Elpostre de la alegría»

Comedia social sobre la interculturalidad y las pensiones

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Mikel INSAUSTI

El título de la versión doblada puede despistar, habida cuenta de que los distribuidores han buscado que el espectador relacione «Paulette» con la comedia inglesa «El jardín de la alegría», aunque la señora mayor que allí ponía una plantación de marihuana, interpretada por la actriz irlandesa Brenda Blethyn, era bien diferente de esta otra anciana del banlieu aficionada a la repostería del cannabis.

Jérôme Enrico se inclina decididamente por la comedia social, al ubicar a su abuela en un barrio marginal asolado por la crisis y la delincuencia. Se trata de una pensionista a la que la paga no le llega para subsistir, viéndose abocada a un embargo seguro. En semejante situación está dispuesta a todo, porque ya no le queda nada del restaurante de su difunto marido, salvo el recuerdo de los tiempos mejores.

Paulette no es una viejecita simpática e inofensiva, sino que se ha vuelto tan hostil como el propio ambiente deprimido en el que vive. Su racismo es una respuesta a la indefensión que siente ante lo que percibe como una invasión. Hasta su confesor es africano, lo que le lleva a replantearse el estado de las cosas. El día en que descubre el trapicheo como salida económica su postura empieza a cambiar, e incluso llegará a descubrir los beneficios de la interculturalidad al hacer negocios con los pequeños traficantes de la comunidad de inmigrantes.

Paulette funciona bien por libre y va subiendo en el escalafón de la venta de hachís, gracias a que inicialmente pasa desapercibida por su avanzada edad. Pero en cuanto sus amigas y compañeras de la partida de cartas se enteran de lo que se trae entre manos, se le acaba la rentable exclusividad de la que gozaba. Pasa entonces a una fase participativa y asociada, convirtiendo la cocina de su casa en una obrador clandestino donde elaboran una gran variedad de productos de pastelería condimentados con tan particular «chocolate». Al final se establecerán en la permisiva Amsterdam bajo el viejo lema familiar: «Variar el menú para aumentar la clientela».

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