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documental sobre la represión militar en brasil | María de Medeiros, Actriz y directora

«No podemos conformarnos con meter toda nuestra basura debajo de las alfombras de la Historia»

María de Medeiros (Lisboa, 1965) se define militante en la idea de Europa pero ciudadana del mundo. Actriz y cineasta inquieta, acudió al Festival Novocine  (que estos días se celebra en Madrid y que el 20 de noviembre llegará a Salamanca) para presentar su última realización, el documental “Los ojos de Bacuri”.

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Jaime IGLESIAS | MADRID

«Los ojos de Bacuri», el segundo documental dirigido por María de Medeiros, es un estremecedor relato sobre las víctimas de la represión militar en Brasil durante los años de la dictadura, a través del testimonio de tres generaciones de mujeres de una misma familia.

¿Cómo entró en contacto con esta historia?

Realmente fue un encargo que recibí por parte de la Comisión de Amnistía del Ministerio de Justicia brasileño. Ellos están llevando a cabo un trabajo muy bello y necesario como es el de pedir perdón, en nombre del Estado, a todas las víctimas de la dictadura militar ofreciéndoles la reconstrucción de su identidad jurídica, algo que recientemente se ha concretado en la creación de la Comisión de la Verdad. Pero más allá de eso también están promoviendo la realización de películas, documentales, publicación de libros etc. que mantengan viva la memoria de lo ocurrido. Fue así como contactaron conmigo para rodar la historia de esta familia a la que los avatares de la militancia política y de la lucha clandestina, condujo, en sus diferentes generaciones, de Europa a América y nuevamente a Europa, quizá porque yo soy una enamorada de tender puentes entre ambos territorios.

¿Qué fue lo más complejo a la hora de rodar el filme, tanto desde el punto de vista técnico como emocional?

La principal dificultad está en el propio planteamiento del filme, pues es un documental donde renuncio deliberadamente a incluir imágenes de archivo y me centro en el poder evocador de la palabra para reconstruir la memoria de las víctimas. Eso me condujo a una posición difícil puesto que estaba interrogando a unas personas que han vivido los momentos más terribles de su existencia precisamente siendo interrogadas, y si bien confiaba en que hacerles hablar podía ser una experiencia liberadora para ellas, no me sentía capaz de forzarlas a hacerlo. De hecho recuerdo que la primera vez que Denise (la viuda de Bacuri) rompió a llorar delante de nosotros mientras evocaba la detención y tortura de su marido, opté por apagar cámara en aras de no violentarla, algo que luego comprendí que era un error como directora. Esa disciplina de trabajo generó dificultades no solo emocionales, también técnicas dado que los momentos de silencio por su parte fueron muchos, por lo que el trabajo de montaje para ordenar sus recuerdos y emociones fue bastante arduo.

«Los ojos de Bacuri» es un filme bastante sobrio, algo que resulta llamativo hoy, cuando los formatos documentales han sido desposeídos de su carácter aséptico y cada vez tiene más peso la puesta en escena...

Sé que apostar por una opción estética tan despojada de hace ir a la contra, pero es que la historia que contamos en esta película atesora tanto dolor, tanto sudor, tantas lágrimas, que cualquier otra elección para su puesta en escena desvirtuaba la narración. De este modo resolví convertirme en receptáculo de emociones ajenas, asumiendo que mi papel como directora exigía recibir, no promover. Además trabajar sobre una estructura preestablecida mina la capacidad de sorpresa.

¿En situaciones de represión y violación de derechos, como las que evoca en el filme, diría que las mujeres son doblemente víctimas?

Bueno en este caso son doblemente víctimas porque se trata de supervivientes: no solo han sido represaliadas sino que sus maridos, hermanos e hijos han sido torturados y asesinados. Hay un personaje del que me enamoré y es el de la madre de Denise, un personaje ausente puesto que ya falleció, una mujer que nunca pasó de ser una obrera textil pero que pese a ello tuvo una vida plena y una lucidez excepcional como activista. Los diarios que dejó escritos mientras se movía a lo largo y ancho del mundo, refugiándose en casas de amigos y camaradas, son uno de los más bellos testimonios de la lucha contra el fascismo que uno puede leer.

¿Los fascismos siguen estando presentes en nuestra sociedad?

Desgraciadamente sí, la amenaza de los fascismos traspasa territorios y épocas. De Europa se fueron a Latinoamérica y ahora parece que emergen de nuevo en nuestro continente. Los valores se pierden muy rápido y por eso es importante trabajar la memoria histórica, hacer ver a las nuevas generaciones, que no han vivido en primera persona los efectos de una dictadura, cuál es el alcance real de estos regímenes. Por eso es digno de elogio lo que se está haciendo en países como Brasil, Argentina o Chile con estas Comisiones de la Verdad. Todos tenemos buenas razones para pedir perdón, sólo así se avanza hacia un estado de paz.

Sin embargo, aquí en Europa, en Estados como el español, el portugués o el griego, el discurso institucional es que promover ese tipo de comisiones o ese tipo de debates sobre la memoria histórica, únicamente conllevaría reabrir heridas...

¿Y qué? Es bueno que haya debate: la discusión refuerza la democracia. Lo que no puede ser es que nos conformemos con meter toda nuestra basura debajo de las alfombras de la Historia y confiar en que así desaparezca. No hay país que no haya vivido momentos oscuros, violentos... Creo que es tarea de las instituciones afrontar esos períodos y dirimir responsabilidades, poniendo los medios para evitar que, en un futuro, esos momentos de violencia puedan llegar a reproducirse. La frase que cierra la película y que pronuncia un magistrado de la Comisión de Amnistía es bastante elocuente al respecto: «Mientras el último perseguido político no sea reparado, la transición democrática no estará concluida en nuestro país».

Hay otra frase interesante en el filme, formulada por Denise, donde expresa su deseo de que, en justa reciprocidad a su testimonio, le gustaría visualizar también a los represores, a los torturadores, explicando sus acciones ¿no tiene la sensación de que mientras no tengamos acceso a esas declaraciones el relato histórico permanecerá incompleto?

Sí, pero es que hace falta mucho coraje y mucha determinación para asumir la propia responsabilidad en unos actos tan reprobables y aquellos que los perpetraron creyendo que únicamente cumplían con su deber, rara vez tienen los tienen. Una de las condiciones que establece la Comisión de la Verdad en Brasil para comparecer en ella y poder aspirar a reparar jurídicamente a los interesados es que éstos asuman sus actos. Quienes formaron parte de la oposición armada al régimen confiesan haber participado en operaciones de secuestro, asaltos, atracos a entidades bancarias... Sin embargo, desde el otro lado, es decir por parte de los militares que promovieron y participaron en procesos de represión y tortura, apenas ha comparecido nadie.

¿Su responsabilidad como cineasta difiere mucho dependiendo de si rueda una ficción o un documental?

No, básicamente es la misma. De hecho rodando este filme me ocurrió una cosa muy curiosa y es que fui asumiéndolo como un trabajo complementario a «Capitanes de Abril». Aquella era una película de ficción que hablaba sobre la llegada de la democracia y estaba protagonizada por hombres, este es un largometraje documental que evoca el fortalecimiento de la democracia a través de la historia de tres mujeres de la misma familia. Visto así pueden parecer trabajos en las antípodas pero creo que tienen un nexo de unión muy fuerte.

¿Por qué no ha vuelto a dirigir un largometraje de ficción después de aquella experiencia?

Básicamente por impaciencia (risas). «Capitanes de Abril» fue rodado tras más de una década de tozudez, de insistencia, fue un desgaste tremendo. Mis trabajos como actriz me han impedido volcarme plenamente en un empeño similar aunque en breve retomaré mi labor como directora de ficción con un proyecto precioso, una película titulada «Nuestros hijos» que aborda las nuevas formas familiares y que, en cierta medida, atesora también un enfoque político. Está basada en una obra teatral que he estado protagonizando en los escenarios brasileños durante más de un año y que ha tenido bastante éxito.

Una intérprete multidisciplinar

María de Medeiros asume estar en una edad en que los buenos papeles femeninos escasean: «El cine es un medio muy machista, apenas hay buenas historias donde haya personajes relevantes para mujeres de una cierta edad. Es algo que debería revertirse». No obstante, ella se reconoce afortunada pues aún la reclaman para personajes de cierta entidad en películas muy diversas a lo largo y ancho del mundo, es lo que tiene desenvolverse con naturalidad en varios idiomas y atesorar una inquietud sin límites: «Siempre estaré agradecida a mis padres por haber estimulado, desde que era muy pequeña, mi curiosidad por las distintas disciplinas artísticas». Entre esas disciplinas destaca la música, una faceta que María de Medeiros viene cultivando con éxito en los últimos años: «Siempre me ha fascinado cantar, si no me dediqué profesionalmente a hacerlo antes fue por inhibición. Al proceder de una familia de músicos, me daba un cierto pudor el tema», reconoce con una sonrisa.

El 18 de este mes actuará en Santiago de Compostela, y el 4 de diciembre, en compañía del pianista y compositor de bandas sonoras Alfonso Vilallonga (autor del score de «Blancanieves» de Pablo Berger), presentará en Madrid el espectáculo «Un cabaret de cine»: «La música o el teatro me procuran una comunicación directa con el espectador y eso es algo muy bello. A veces alguien me para por la calle y me dice `me encantó tu trabajo en tal o cual película' y es algo que agradezco, claro. Pero si en lugar de eso te comentan `te vi en esta obra de teatro o estuve en un concierto tuyo' es algo que, además de agradecerlo, me emociona, pues siento que he compartido un momento de intimidad con esa persona».

Enamorada de la magia del directo, la actriz, cineasta y cantante portuguesa confiesa que le encanta «teatralizar la música y musicalizar mis interpretaciones». J.I.

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