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Los Amazigh cortan el grifo y exigen lo suyo

Milicias bereberes bloquean los principales complejos de extracción de hidrocarburos del oeste del país en una acción cuyas consecuencias se dejan notar ya en ambas orillas del Mediterráneo.

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Karlos ZURUTUZA | Zuara-Nalut (Libia)

Ningún petrolero atracará en este puerto hasta que Trípoli atienda nuestras demandas». Son las palabras de Younis, uno de los rebeldes que bloquea hoy una de las mayores refinerías de gas y petróleo de Libia.

Gestionada conjuntamente por la multinacional italiana ENI y el Gobierno libio, la planta de gas y crudo de Mellitah -a unos 100 kilómetros al oeste de Trípoli- lleva bloqueada desde que el pasado 26 de octubre un grupo de activistas armados tomara su puerto de atraque. Desde allí, Younis aporta los detalles a GARA:

«Partimos de noche por mar desde Zuara -la ciudad anexa- y nos organizamos en turnos de 30 hombres», explica el activista desde la tienda que sirve hoy de centro de mando de este estratégico lugar.

«En 2011 los amazigh de Libia nos levantamos en masa contra un régimen que nos había tratado como a perros durante décadas. Dos años después seguimos sin obtener reconocimiento del nuevo Gobierno libio», denuncia Younis, justo antes de ayudar a descargar un bote con suministros.

También llamados bereberes, los amazigh dicen ser habitantes nativos del norte de África. Su población se extiende desde la costa atlántica de Marruecos hasta la orilla oeste del Nilo, en Egipto y comparten una lengua común con las tribus tuareg del interior del desierto del Sahara.

La llegada de los árabes a la región en el siglo VII fue el inicio de un lento pero progresivo proceso de arabización que se vio bruscamente acelerado durante las cuatro décadas en las que el depuesto Muamar Gadafi permaneció en el poder. Se calcula que su número en Libia ronda los 600.000, aproximadamente un 10% de la población total del país.

«El Gobierno no nos reconoce y nosotros tampoco reconocemos al Gobierno», se puede leer en otra de las múltiples pancartas desplegadas por la instalación. Muchas de ellas son trilingües: árabe, inglés y tamazight, una lengua que cuenta con un alfabeto propio.

«El objetivo principal de nuestra protesta es modificar el funcionamiento del comité encargado de redactar la Constitución, no tenemos ninguna oportunidad de conseguir nuestros derechos como pueblo a través del mismo», explica Ayub Sufian, otro integrante del grupo de rebeldes. El joven se refiere al también llamado «comité de los 60», que contempla seis miembros de entre las minorías del país.

«Dos para los amazigh, dos para los tuareg y otros dos para los tubus -grupo del sur del país-», detalla Sufian. «El problema es que se trata de un sistema basado en la mayoría de dos tercios más uno, es decir, 41. ¿Qué opción nos queda a los libios no árabes? Queremos que el tamazight sea lengua oficial así como poder tomar parte en decisiones clave que atañen al país», relata el activista. La alternativa, dice, sería «un acuerdo basado en el consenso, y no en la mayoría».

Si bien Sufian luce hoy un uniforme de camuflaje y una pistola en la cintura, se trata de uno de los integrantes del Consejo Supremo Amazigh, un organismo que engloba a todas las localidades bereberes de Libia. La mayoría de éstas se distribuyen por la cordillera de Nafusa, al noroeste del país, mientras que el de Zuara constituye un inesperado pero compacto enclave costero de esta minoría, y en una región llana y desértica en la frontera de Túnez.

Poder local

La ausencia de un Gobierno central efectivo en el país ha llevado a una atomización del poder a niveles regionales y tribales sobre los que Trípoli apenas ejerce ninguna influencia. Los antiguos insurgentes contra Gadafi se han reagrupado en milicias que gestionan puestos de control en sus localidades de origen y cuya lealtad recae en los consejos locales. Y los amazigh bloqueando la refinería no son una excepción.

«Nuestras armas y uniformes así como el resto de los suministros llega desde el consejo local de Zuara. Toda la ciudad está con nosotros», asegura orgulloso Sufian. Los motivos que hay detrás de dicho apoyo los desvelaba Fathi Buzajar, un reconocido activista amazigh hoy trabajando por su pueblo desde la ONG Centro Libio de Estudios Estratégicos.

«Hemos protestado pacíficamente, nos hemos reunido infinidad de veces con representantes de las Naciones Unidas, pero no ha servido de nada. La ocupación de Mellitah es un paso más allá», explicaba Buzajar a GARA desde su residencia de Trípoli.

«Nuestro región en las montañas de Nafusa fue determinante para tomar Trípoli; se nos utilizó y ahora se nos margina bajo el pretexto de que seguimos una agenda extranjera», denunciaba Buzajar, quien visitó recientemente el oleoducto de Nalut -a 250 kilómetros al suroeste de Trípoli-, también bloqueado por los bereberes desde el pasado 29 de setiembre.

Este entramado de tubos y placas solares se ha convertido en auténtico centro neurálgico de los activistas llegados desde Jadu, Nalut, Qabao y la mayoría de las aldeas bereberes de la cordillera de Nafusa.

Desde tiendas flaqueadas por camionetas artilladas se intercambian ideas y propuestas pero también canciones de la Cabilia, de Azawad... siempre al son de una guitarra. O historias como la de esos restos de dinosaurio encontrados en Nalut, muy cerca de la frontera con Túnez.

Omar Srika, portavoz de la milicia de Jadu, lleva más de un mes montando guardia en la zona. «Varios de los nuestros marcharon ayer a apoyar a la gente de Zuara y también hemos recibido a los tuaregs del sur. Una vez que comprobaron por sí mismos cómo nos habíamos organizado aquí, bloquearon la planta de Ubari», explica Srika a GARA desde los barracones que ocupaban los trabajadores de la planta.

La de Ubari es una de las plantas explotadas por la española Repsol, en el inhóspito extremo sur del país. El bereber tiene un mensaje para ellos, «así como para el resto de los europeos»: «Todo esto empezó con una reivindicación tan básica como el reconocimiento del tamazight como lengua oficial, pero ahora hemos decidido dar un paso más. Queremos dejar claro que, de aquí en adelante, habrá que contar con nosotros para gestionar nuestro territorio y sus recursos».

Incertidumbre

Fathi Ben Kahlifa, presidente del Congreso Mundial Amazigh -una organización que aglutina a todos los bereberes del norte de África- transmitía a GARA su inquietud ante una eventual degradación de las hasta ahora pacíficas ocupaciones.

«Es una situación muy delicada. Si se produce algún incidente violento, destrozos o simples desperfectos en las infraestructuras, tendremos a la Comunidad Internacional en contra nuestra», apuntaba el histórico y prominente opositor amazigh de Libia vía telefónica.

En su última sesión del pasado martes, el Parlamento libio renunció a abordar el tema como se había contemplado. Pero lo cierto es que bloquear el gas y el crudo parece haberse convertido en una tendencia generalizada a la hora de presionar al Gobierno; desde Bengasi, en el extremo noreste del país, hasta Sabha en el suroeste. Se trata de una coyuntura que ha reducido la extracción de hidrocarburos de Libia a un casi testimonial 10% de su capacidad total.

Por el momento, las tripulaciones de los remolcadores que facilitan el atraque y carga de los buques en Mellitah matan el tiempo pescando.

Trabajadores italianos de la planta aseguraron a GARA que, si bien el suministro -160.000 barriles de crudo diarios- permanece interrumpido, el complejo no ha sufrido ningún desperfecto ni su plantilla agresión ni amenaza alguna a manos de sus ocupantes. No obstante, los rebeldes aseguran estar dispuestos a avanzar en su protesta.

«Hasta ahora hemos cortado el suministro de crudo y el miércoles decidimos reducir en un 60% el del gas», explicaba Anwar, otro activista en el puerto. Se refiere al llamado Green Stream, el mayor gasoducto instalado bajo aguas del Mediterráneo, y que conecta Mellitah con la planta de Gela, en Sicilia.

«Llegados a este punto, no nos temblará la mano si hay que cortar el gas a los italianos a las puertas del invierno».

Un arma política contra un Gobierno incapaz

Además de los tres complejos gestionados por los amazigh del oeste del país, Libia sufre una auténtica epidemia de acciones similares por todo su territorio. Uno de los auténticos «señores del petróleo» es Ibrahim Jathran, quien tras dimitir de su cargo como comandante en jefe de la Unidad de Protección del Petróleo Libia el pasado verano, bloqueó inmediatamente los puertos de Ras Lanuf y Es Sider con su propia milicia. Jathran es a su vez, uno de los principales impulsores del movimiento federalista de Cirenaica, la cual se declaró Estado Federal de manera unilateral el pasado domingo.

También son milicias autodenominadas «federalistas» las que están bloquean desde hace semanas las terminales de Brega, Tobruk, Zuitina, Ras Lanuf y Serda, varias de las cuales han sido efectivamente cerradas por antiguas unidades encargadas de la seguridad de los complejos. Estas, y las acciones conducidas por los amazigh al oeste del país, Libia ve actualmente reducida sus exportaciones de gas y crudo en un 90%.

Fuentes cercanas al Gobierno libio consultadas por GARA aseguraron que negociar con cada una de las milicias es una solución «inviable«, a la vez que descartaban una intervención militar. Esta última es ciertamente una alternativa que nadie baraja ya que el todavía en formación Ejército Nacional Libio no es sino más que un conglomerado de las antiguas milicias y grupos insurgentes que se levantaron contra el Gobierno de Muamar Gadafi en febrero de 2011. «Para echar a los amazighs tendríamos que movilizar a una milicia árabe con el consiguiente riesgo de un conflicto interétnico», transmitía a GARA un funcionario del Ministerio de Defensa que prefería permanecer en el anonimato.

En el complejo bloqueado por los amazigh al sur de Nalut, GARA encontró vehículos de la Policía libia aparcados junto a las camionetas artilladas de los rebeldes. Estos últimos aseguraban a este medio sentirse tranquilos dado que los uniformados eran amazighs de sus mismas localidades, en las montañas de Nafusa. Karlos ZURUTUZA

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