Ha pasado ya una semana desde que las autoridades de Gran Bretaña ­en colaboración con su ex colonia y hoy fiel aliado aliancista, Pakistán­, anunciaran haber desmantelado un «complot terrorista» con implicaciones a ambos lados de Atlántico. Transcurrido este tiempo cabe preguntarse cuánto hay de real y cuánto de interesado en lo actuado, y sobre todo en lo informado, en relación a un espisodio de tal gravedad... que no ha convencido al primer ministro británico, Tony Blair, de lo oportuno de suspender sus vacaciones en Barbados para ponerse al frente de un país seriamente amenazado.

No se trata, ni mucho menos, de minimizar la importancia de un peligro que, a todas luces es real. Ahí están los atentados del 11-S, los de Madrid, los del Metro de Londres... para demostrarlo. Se trata más bien de cuestionar las medidas que se adoptan para hacer frente a ese peligro ya que, además de no haberse demostrado eficaces para impedir al cien por cien los ataques, se han convertido en una fórmula infalible para imponer limitaciones a las libertades y a los derechos civiles. Tal vulneración ha sido constatada incluso por instancias judiciales. Así, a la sentencia que achacaba a George W. Bush extralimitarse en sus funciones presidenciales en relación al campo de concentración de Guantánamo se suma el último pronunciamiento de un tribunal federal que denosta, a su vez, el sistema de escuchas ilegales puesto en marcha a partir de 2004.

Lamentablemente, los pronunciamientos de los tribunales no han hecho desistir a los gobiernos, incluidos los de la UE, en el mantenimiento de políticas de dudosa legalidad. Hace sólo dos meses, el Tribunal Europeo declaró ilegal el acuerdo UE-EEUU por el que las compañías aéreas europeas deben entregan a Washington información relativa a los pasajeros en los vuelos con destino a Estados Unidos. Ahora, a raíz de la alarma británica, el secretario estadounidense de Seguridad Interior, Michael Chetoff, anuncia que a partir de 2007 todas las compañías que viajen a EEUU deberán entregar antes de partir la lista de su pasaje, eso o arriesgarse a que el avión deba regresar en pleno vuelo. Casualidad o no, lo que está claro es que la «guerra contra el terrorismo» ha derivado hace tiempo en una «guerra a las libertades». Los estados que alimentan guerras y conflictos prefieren inocular miedo a sus ciudadanos en vez de abordar las causas profundas de la amenaza. -