El Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY) retomó ayer el proceso por la masacre de Srebrenica, ciudad en la que las milicias serbias mataron, en julio de 1995, a más de 7.000 ciudadanos bosnios. También ayer, en Bagdad, se reanudó el juicio que sigue un tribunal impulsado por las fuerzas extranjeras que ocupan el país en relación al genocidio, bajo mandato del depuesto presidente iraquí, de más de 100.000 kurdos, en 1988. Sólo en la ciudad de Halabja, la Gernika kurda, 5.000 personas murieron bajo las bombas químicas en un día.

El proceso que se sigue en La Haya se aborda con ausencias destacadas en el banquillo. No está el presunto máximo responsable de la masacre de Srebrenica, el general Ratko Mladic, ni el presidente Radovan Karadzic, contra quien, por cierto, los investigadores holandeses reconocieron no tener pruebas definitivas. Ante el discurrir de otros juicios que se siguen en el tribunal la primera pregunta que cabe hacerse es si nos hayamos ante un procedimiento estrictamente judicial o si la labor del TPIY está contaminada. ¿Asistimos a un juicio sobre Srebrenica o a un proceso que juzga a todo un sistema, en este caso el yugoslavo, a modo de ajuste de cuentas con el sistema político que entró en crisis con la caída del Muro de Berlín? En el caso que nos ocupa, como el bien que debe prevalecer es el derecho a la justicia de las miles de personas muertas en Srebrenica, la interrogante mayor es por qué no se sientan también en el banquillo los responsables de las fuerzas de paz de Naciones Unidas, aquellos que debían proteger a la población de la «zona segura» de Srebrenica y que no impidieron, a lo largo de la guerra de los Balcanes, ni ésta ni otras muchas matanzas contra población civil bosnia, serbia, croata, kosovar...

Tampoco en Bagdad se trata, en el fondo, de hacer justicia al pueblo de Kurdistán. Faltan en el banquillo, en primer lugar, británicos, franceses y turcos, que pactaron en Lausana (1923) la división de Kurdistán; EEUU, que firmó en Argel (1975) junto al Sha y a Hussein el acuerdo para eliminar a la resistencia kurda; Turquía, otra vez, que arrasó, en 1995, 3.000 pueblos kurdos... Y, por descontado, la comunidad internacional, que aún hoy da la espalda a la autodeterminación de Kurdistán.

Ya sea por las ausencias o por la dudosa legitimidad del tribunal, existe el temor de que en Bagdad y en La Haya la gran ausente sea la justicia. -