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Gara > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa 2006-09-14
Arnoldo Kraus - Médico y escritor
Discapacidad y embarazo

Leamos a la especie humana en dos notas aparecidas con tan sólo dos días de diferencia, que versan sobre los problemas de los discapacitados, pero primero repasemos un maravilloso diálogo de las obras de teatro de Samuel Becket, que sirve también como antesala para cavilar sobre la condición humana:

Cliente: «Dios es capaz de hacer el mundo en seis días y usted no es capaz de hacer un pantalón en seis meses».

Sastre: «Pero, señor, mire el mundo y mire su pantalón».

Las notas que a continuación transcribo esquematizan bien el diálogo entre el cliente y el sastre. El problema es que, a diferencia de los personajes becketianos, las mujeres discapacitadas son reales, contemporáneas, argentinas y universales; si tuviese que resumir, diría «son nuestras».

La nota no amarillista, sino real, dice: «Los casos de dos mujeres con discapacidad mental y embarazadas por violación han reabierto en Argentina la polémica sobre la legalización de la interrupción del embarazo, ilegal a excepción de un caso, precisamente el de ‘violación con idiocia’. La optimista, pero irreal, dice: «Naciones Unidas adoptó ayer la primera convención internacional para los discapacitados, el mayor grupo minoritario del planeta con 650 millones de personas, 10 por ciento de la población mundial. El propósito de este tratado es asegurar que las personas que sufren algún tipo de invalidez disfruten sin discriminación alguna de los derechos humanos y las libertades fundamentales, y eliminar a la vez los obstáculos que les impiden acceder a la educación, la salud y el mercado laboral» (las notas se publicaron en “El País”, 25 y 27 de agosto).

Son tres los problemas que surgen cuando se leen las noticias al unísono y con los mismos ojos, es decir, con las tijeras y los hilos del sastre de Becket. El primero es reflexionar en los derechos que pueden y deben tener mujeres discapacitadas mentalmente, como sería el caso de las argentinas, que tras ser violadas, ya sea por familiares o por desconocidos, quedaron embarazadas. Aunque no hay «datos exactos», estos sucesos no son esporádicos; es «frecuente» encontrarse con este tipo de información en la prensa o en las revistas médicas, donde, incluyendo otras enfermedades como el síndrome de Down o la parálisis cerebral infantil, se ha planteado si se debería o no sugerir a los familiares de estas personas la utilización de técnicas anticonceptivas.

No tengo la menor duda de que los códigos éticos, médicos y sociales deberían ofrecerles, en todos los casos, a estos grupos mayor protección. El segundo brete surge por la opinión de los religiosos y sus seguidores, en esta ocasión la Iglesia argentina, cuyos ojales y agujas parecen no coincidir con los hilos de la realidad. A pesar de que en ese país la ley permite que se practique el aborto en casos como los descritos, los obispos argentinos intervinieron directamente para solicitar que no se interrumpiesen los embarazos. Aunque todos seamos «criaturas de Dios», es muy difícil pensar que la vida y el destino de un ser humano, producto de una violación a mujeres discapacitadas mentalmente, será, por decir lo menos, digno.

Si se agregan factores insoslayables como el económico, el familiar y la inmensa incapacidad de la sociedad para albergar, ya no a personas con menos problemas como serían los pobres, sino a los discapacitados, es evidente que el futuro de esos niños o niñas será funesto. En consonancia con las palabras de los obispos ­la verdad no creo que Dios se haya inmiscuido­, los médicos y los hospitales donde se iba a ejercer el aborto recibieron amenazas telefónicas y avisos de bomba. Por fortuna los procedimientos se llevaron a cabo «a escondidas» y los feligreses más fieles a los obispos de Dios, a pesar de las lecciones del sastre becketiano, ni mataron a los médicos ­evento que sí ha sucedido en EEUU­ ni hicieron estallar bombas.

El tercer suceso es lo que explican los expertos en discapacidad, quienes, entre otros rubros, destacan que 90 por ciento de los niños inválidos tienen limitado el acceso a los colegios, que la falta de trabajo afecta a 80 por ciento de los discapacitados y que, de acuerdo con el Banco Mundial, el 20 por ciento de los ciudadanos más pobres sufre alguna invalidez. Como suele ocurrir, los diagnósticos de la ONU u organizaciones afines tienen que ver con la realidad pero suelen ser poco útiles: se sabe lo que sucede, pero poco se avanza.

Es obvio que la aguja, la tela, los botones y el hilo que se humedece en la boca del sastre saben más que el cliente que ha leído la Biblia. Lo mismo sucede con los familiares de las argentinas, quienes seguramente desconocen el proyecto de la ONU, pero que tuvieron que lidiar con los comités de bioética, los tribunales y la Corte Suprema para proteger a sus hijas y sus posibles vástagos de un desastre seguro, cuyos hoyos hubiese sido imposible remendar. -

© “La Jornada”


 
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