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Gara > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa 2006-10-20
José Steinsleger - Escritor y periodista
Orhan Pamuk: literatura y genocidio

En los raros momentos en que las sincronías justifican el espíritu de Ripley, traigo a la tribuna una que me gustó: la soterrada ligazón entre Lawrence de Arabia (1888-1935), el escritor argentino Roberto Arlt (1900-42), el aventurero venezolano Rafael Nogales Méndez (1879-1936) y el nuevo premio Nobel de Literatura, Orhan Pamuk (Estambul, 1952).

Buscaba en la red datos sobre el escritor turco premiado y di con el bolivariano; revisaba el papel del agente británico en la caída del imperio otomano (Cartas de T. E. Lawrence, Sur, 1944) y descubrí “Vidas paralelas” (Lawrence-Nogales), artículo de Arlt publicado en “El Mundo de Buenos Aires” y reproducido por “El Nacional” de México el 31 de diciembre de 1937.

El amalgamado cuarteto de personajes gira en torno a sus descarnados análisis y comentarios acerca de hechos cuidadosamente negados por Turquía: el genocidio de un millón y medio de armenios cristianos en 1896, 1897, 1909 y el atroz 1916, y las matanzas sistemáticas de kurdos en el decenio de 1990.

Lawrence en la novela “The Mint”: «...teníamos siempre las manos manchadas de sangre. Eso nos estaba permitido» (n.e., sangre de turcos).

Nogales Méndez en su memoria “Cuatro años bajo la media luna”: «Y para ilustrar la indiferencia con que las autoridades civiles otomanas contemplaban el martirio y el suplicio de medio millón de cristianos... creo que basta recordar la siguiente frase que profirió el Gran Visir Talaaf Pachá durante cierta entrevista con el ministro americano Mr. Morgenthau: ‘¿Las matanzas?... qué va. Aquello sólo me divierte’».

Arlt en el artículo citado: «¿Por qué se recuerda a Lawrence y se olvida a Nogales?... Los dos han sido temerariamente aventureros... Lawrence y Nogales, ambos militares profesionales, desnudan tan despiadadamente a los militares profesionales, que éstos ter- minan causándonos horror... Merodeando por el desierto con las manos tintas en sangre, quizá baleándose mutuamente desde una duna, y los dos, al caer la noche, a la lumbre incierta de una tienda de campaña escribiendo las memorias del día, mientras los esclavos hierven en leche agria una pata de camello o se reparten un puñado de arroz».

Y Orhan Pamuk en octubre de 2005, durante la entrega del Premio de la Paz de los libreros alemanes: «...una Europa que se defina a sí misma a partir de estrechos criterios cristianos, lo mismo que una Turquía que trate de derivar su fuerza únicamente de su religión, será un lugar que sólo mirará hacia dentro, divorciado de la realidad y más atado al pasado que al futuro».

País islámico no árabe que desde su constitución republicana (1926) quiere y no quiere pertenecer a la Unión Europea en versión demoliberal, Turquía fue aliada de Alemania y el imperio austrohúngaro en la Primera Guerra Mundial y hoy es miembro de la OTAN, que sostiene con Estados Unidos e Israel una alianza militar en la esquizofrénica geopolítica de Medio Oriente y Asia Central.

En ese contexto de realpolitik y complicidades perversas, el genocidio armenio fue borrado de la his- toria turca. No existió. Pues, como escribió en plena guerra mundial el embajador alemán H. Morgenthau en Estambul, cuando aún se llamaba Constantinopla: «...La Sublime Puerta (imperio otomano) quiere esta guerra para acabar con sus enemigos interiores, los cristianos armenios, sin ser incomodada por las presiones diplomáticas».

En tanto, los padecimientos de los kurdos a manos de Turquía serán más o menos atendidos si concurrimos a un recital de la pianista Condoleezza Rice para que nos regale la melodía que exalta el «fundamentalismo islámico» como gran responsable del crimen universal. ¿Entendió? Yo tampoco.

Pero así es. En octubre de 2002, la embajadora de Israel en Armenia, Rivka Cohen, visitó Turquía y allí, bizantinamente correcta, negó que la nación armenia sufriera genocidio. Ante la reacción armenia, la cancillería israelí tocó a dos manos la partitura de Rice: el «holocausto» judío fue planeado y el pueblo armenio sufrió una «masacre». ¿Y la ONU? Bien. El asunto está archivado en la sección «crímenes de lesa humanidad». Un alivio.

Asimismo, en marzo de 2005 el embajador de Estados Unidos en Armenia, John Evans, decidió no concurrir al recital de Condoleezza. En la Universidad de Berkeley Evans reconoció que las matanzas de 1916 se encuadraban en la definición de genocidio de la ONU. Condoleezza golpeó el teclado con furia y el embajador perdió la chamba. Parece que el hombre no entendía las pautas que im- peran en el ranking del dolor universal.

Por vez primera en la historia del Nobel, en momentos en que la humanidad delira en el mentado «choque de civilizaciones» que predican sus enemigos, el galardón ha suscitado mayor satisfacción en Armenia y los pueblos del Kurdistán que en la patria natal del escritor premiado.

Sin embargo, por su innegable y fuerte simbolismo geopolítico y cultural, la consagración de Pamuk está siendo periodísticamente tratada de un modo superficial y metafórico. Como si sus novelas sólo representasen un capítulo literario en el puente colgante que en Estambul conecta Asia y Europa, sobre las aguas del Bósforo. -

© “La Jornada”


 
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