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Gara > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak 2007-01-03
Joe Linehan - Profesor
«Si Escocia quiere separarse...

Los británicos no pueden oponerse». Así rezaba el titular de un artículo del matutino británico “The Guardian”. Basándose en dos encuestas entre la población escocesa, el veterano periodista inglés Simon Jenkins argumentaba que el estado de Europa hoy día es el de emergentes y modernas naciones sin Estado que están ganando el pulso, con argumentos coherentes y democráticos, a los trasnochados estados naciones de la vieja Europa. Las encuestas indicaban que el apoyo a una Escocia independiente ha llegado al 52% del electorado y que, en los últimos 25 años quienes se ven como Scottish han pasado de la mitad al 75%, mientras que quienes responden British se han reducido a un 20% ­la mitad que hace un cuarto de siglo­.

El argumento central a favor de que una nación consiga su independencia, separándose de sus vecinos, es que puede mejorar los beneficios materiales de la ciudadanía ­provechos económicos y sociales y, al tener un acceso más directo a sus representativos electos, también ventajas políticas­. En el caso de Escocia, la independencia supondría un gobierno socialista de izquierdas lo cual daría más oportunidades para frenar el avance del neoliberalismo rampante en el actual Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte; supondría un parlamento que trabajase a favor de la paz (no de guerras como la de Irak) y el fin de la base de submarinos equipados con misiles nucleares Trident (ubicado lejos de las urbanizaciones inglesas), entre otros avances. Y, estas ventajas sin tener la excusa de culpar a los males a la metrópoli de «Londres».

Para la clase política británica la situación es tan preocupante ­no pueden recurrir ni a la lucha armada ni al «terrorismo» como la excusa­ que la plana mayor del Gobierno británico viajó a Escocia en noviembre como si fuera, según Simon Jenkins, «una pandilla de hidalgos españoles apurándose en salir del libertinaje de Madrid para sofocar una rebelión en sus provincias». El objetivo de la reunión era frenar el éxito del Partido Nacionalista Escocés, liderado por Alex Salmond, antes de los comicios de mayo de este año. Efectivamente, para el Gobierno laborista hay que evitar que surja un estado independiente en el norte del «Reino Unido», el cual conllevaría la pérdida de unos 50 escaños ­y del poder­ en el Parlamento en Londres. Según el periodista inglés, «cualquier conato de autonomía está considerado, por parte de los reaccionarios británicos, como una insubordinación por parte de gente que no sabe sus propios intereses». Es más, en cuanto al «territorio nacional», los paternalistas británicos (la mayoría ingleses) creen, según Jenkins, que «lo grande es bello si es británico (...) el pensamiento único actual sostiene que cualquiera ­escocés, galés, norirlandés o, de hecho, iraquí o afgano­ tiene que estar mejor bajo la soberanía benigna de Londres. En Westminster el imperialismo sigue siendo su modus operandi por defecto». Duras palabras procedentes de uno de los decanos del periodismo británico.

«La autodeterminación es la nueva política» dice este columnista del “Guardian” citando a Irlanda, Eslovaquia y los estados bálticos como estados que se han beneficiado con su independencia. Además, critica la hipocresía del Gobierno británico por estar a favor de la autodeterminación para todos los demás, «llegando incluso a imponérsela a la antigua Yugoslavia y a Irak y Kurdistán». Y Jenkins concluye con esta consideración: «Si los escoceses quieren revocar la Ley de 1707, los británicos no pueden oponerse. La historia del último cuarto de siglo es que un estado no tiene legitimidad sin el consentimiento de sus territorios minoritarios (...) En el debate, el poder siempre será centrípeto y la democracia siempre centrífuga. Yo prefiero la democracia». -


 
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